Recuerdo conversaciones con Drago, de épocas más lejanas. Eramos tan chicos que traté de convencerlo de que mi padre era el hombre más fuerte del mundo. Me parece que Drago se mostraba un poco escéptico, tendía a creer que el más fuerte era el suyo.
Recuerdo otra conversación, de años después, en que me jacté de escribir palabras difíciles. Ese día yo había aprendido la palabra ojo que me parecía larga y complicada (con zonas oscuras).
Marta, el nombre de mi madre, era para mí una palabra de una blancura sólo comparable a las tranqueras de la entrada de nuestra estancia en Pardo. La A era blanca; la O, negra; Adolfo combinaba el blanco y negro; Esteban era bayo; Ester, marrón; Emilio verde azulado; Luis, plateado; Irene gris y marrón; Ricardo y Eduardo, dorados. El color de Emilio me gustaba mucho.
Adolfo Bioy Casares, Diarios.
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