Voy caminando al Abasto. El
ritmo es diáfano y amigable para mi sistema cardiovascular. No llevo
contador de pulsos y pasos pero sé que mi corazón está trabajando
correctamente. Es una caminata liviana y a la vez rápida. Sacando a
algunos transeúntes como esta que va delante de mí voy tranquila.
La mina va con la cabeza un tanto inclinada hacia adelante, seguro
está con el celular. Pienso pasarla por la derecha y apuro el paso.
Casi la alcanzo pero ella en modo tortuga se inclina a su diestra. Es
una de las causas del zigzagueo que tanto me molesta. Vas con tu
mejor performance y cuando pensás pasar por un lado se ladean en
cámara lenta hacia la misma dirección. Logro pasarla y confirmo mi
hipótesis: la señorita va con el rectángulo bobo en su mano. Sigo
en mi andar y decido ir por el lado de la pared. Ahí viene un goma
con auriculares. No me ve, no me ve. Acelero y me lo llevo puesto. No
entendés, flaco, le digo, que si voy pegada a las puertas vos tenés
que correrte porque yo no tengo a dónde ir salvo ponerte. Ahora sí
acuerdo conmigo misma que definitivamente voy a diseñar un manual
del peatón. Del buen peatón. A ver si de una vez por todas aprenden
a caminar por sus propios carriles como en una pileta de natación.
Se nada por la derecha, siempre. ¿Tan difícil es combinar agua y
tierra? Por fin voy sola, a una velocidad casi de marcha. Freno de
golpe en la esquina.
Es en este momento cuando
comprendo el origen de mi fobia a las bicisendas. Acuden a mí fotos
de Holanda donde la gente va anaranjadamente
feliz en sus vehículos de dos ruedas. Estoy parada en la
intersección de las calles Guardia Vieja y Billinghurst donde no hay
semáforo. Las direcciones del tránsito son cuatro: a mi izquierda,
ciclistas en doble mano; a mi derecha, autos y ciclistas, en doble
mano también y al frente, autos. Bajo el pie derecho mirando hacia
mi derecha. En mi oído izquierdo escucho un cuidado
bicicleta y
mi pie sube al unísono a la vereda. Ya sé que por ahí no va. Miro
hacia mi izquierda y veo uno, dos, tres ciclistas en fila que vienen
hacia mí. Cornetitas y otro aviso de cautela que no suena
anaranjado. Ya los vi, la concha de su madre, no es necesario el
grito primate y ese sonido pedorro de la bocina. A mi derecha, un
auto a una velocidad digna de ser considerada alta junto con dos o
tres ciclistas que parecen salidos del KDT. En la esquina, de frente,
un auto toca bocina porque quiere pasar y no lo dejan. Eso de que el
que va por la derecha tiene paso acá no se aplica. Sigo enhiesta en
el mismo lugar pensando cómo voy a hacer para cruzar. Llamo a Sara y
le aviso que estoy quince minutos demorada. No puedo decirle la
verdad. Investigo en mi cerebro las variables posibles y no hay caso,
ninguna es efectiva. Pienso en Moisés cuando abrió el Mar Rojo y no
me interesa ese milagro. Sólo quisiera tener su cayado para matarlos
a todos en este mismo instante.
Soy la espectadora de un
videojuego. Harta de las cornetitas vetustas y las alertas de peligro
decido ser protagonista e ingreso. El objetivo es cruzar la calle sin
que nadie te pise y matar a la mayor cantidad de ciclistas y
conductores de autos. Para ello hay una lista de cinco poderes pero
tenés que elegir uno. Yo decido convertirme en una planta tóxica
que escupe pelotas parecidas a los gremlins. Cuando la bola toca el
asfalto se transforma en un vegetal asesino. El videojuego es en
castellano, por fin.
En la pantalla gira con efecto
3D la frase Meté
la ficha. Pongo
el fichín y una voz metálica dice COMIENZO
DEL JUEGO. Gardel
canta “No
voy en tren voy en avión no necesito a nadie, a nadie alrededor”.
BIENVENIDA AL CRUCE DE CALLES SIN SEMÁFORO. NIVEL 1. ES USTED UN
RODODENDRO Y EL DESAFÍO ES DAR DE BAJA 5 OBJETIVOS. TIENE 5
PELOTAS/VIDAS. Acompaña
la música de la Mujer Maravilla. De vez en cuando tira un
Guondergumaaaan PARARÁ PAPÁ PAPÁ.
No pudieron pasarlo al argentino, parece.
Bajo con el pie derecho a la
calle y una pelota sale de mi boca. Viene una ciclista por la
izquierda (la misma yegua que me rompió el tímpano avisando que
pasaba) y le da en la frente. La redonda se convierte en planta
venenosa y la mata. De su cuerpo emerge un rectángulo azul con el
nombre del vegetal y el puntaje obtenido. Floripondio.
5.000 puntos. PIRÍ
PIRÍ PIRIBIBÍ. Dos
pasos más, otra bola y un auto volcado. Baja a toda velocidad una
ambulancia ovalada y salta un tipito como el de Sugus. Saca al
conductor y le pega en la cara. No responde. Rojo.
Hueso de Fraile.
10.500. Marcha
fúnebre. Un
rectángulo fosforescente anuncia puntaje extra por muerte agónica.
60.525. En la mitad de la calle escupo otra y el auto que viene de
frente se lleva puesto a un ciclista que va por la derecha. Verde.
Cornezuelo de Centeno. 25.000. Me
doy vuelta y escupo la cuarta. Dos ciclistas chocan entre sí.
Amarillo.
Yerba Loca. 30.000.
Guondergumaaaan.
Caen lazos
dorados que inundan la pantalla. Señal del paso de nivel. Gardel
canta Caminante
no hay camino, se hace camino al andar. FELICITACIONES, HA PASADO AL
NIVEL 2. LE QUEDA 1 PELOTA/VIDA.
VA DE YAPA 1 MÁS.
Estoy parada en la esquina.
Alguien me toca el hombro y me pregunta si estoy bien. Me doy vuelta
(es un ciclista). Le pregunto por qué me pregunta si estoy bien. Él
me dice que hace un rato que estoy ahí parada haciendo movimientos
extraños. Ah, le digo yo, soy epiléptica. Él me mira fijo y me
dice que nunca vio una epilepsia vertical. Yo que sí, que estoy
dentro del 0.01 por ciento de quienes la padecen en el mundo. Sonríe,
se sube a la bicicleta y comienza a pedalear rápido con el culo en
el aire. El celular vibra en el bolsillo trasero de mi pantalón.
Tengo quince llamadas perdidas de Sara.
Ivana Pizarro, 2018.
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