Y
ahí estaba yo, al borde del llanto, en un hospital y sosteniendo su
mano arrugada con fuerza. No
quería que se vaya.
—Tomás
¿por qué llorás? —me mira confundida.
—Abuela
no te vaya por favor, quedate conmigo —le rogué como si fuera a
servir de algo.
—No
te preocupes, esta vieja ya tuvo mucho que vivir —dijo de la forma
más calmada posible mientras tocía.
—¡¿Cómo
podés estar tranquila?! ¡Te estás muriendo! —le dije.
—Porque
sé que voy a volver a verte —la mire confundido.
—¡¿Qué
se supone que significa eso?! ¡La única manera en la que te podría
ver es muerto, y para eso falta un montón! —comenté alterado.
Recuerdo que no podía dejar de ver el monitor cardíaco.
—Hay
un lugar en donde me podes visitar—yo seguía sin entender.
—No
estoy de ánimo para bromas —le reproché llorando aún más.
—No
es broma. Escuchá, que no me queda tanto tiempo —me ordenó seria.
—Existe un lugar, es una ciudad que nadie puede observar mientras
está despierto—. No lo podía creer pero lo decía tan segura.
—Cualquier ser humano puede acceder si tiene un propósito firme.
Es un mundo que está entre la vida y la muerte, lo llamo la ciudad
invisible.
Solo podés ir mientras estás soñando, planteándote un objetivo
con mucho deseo. La ciudad invisible es un espacio sin límites,
podés hacer cualquier cosa, volar, viajar a cualquier país en su
hora exacta sin ser visto por las personas, y visitar a seres
queridos que no se encuentran vivos. Te tenés que cuidar a vos
mismo, nadie te va a ayudar. Cuando estés ahí vas a notar que tenés
un hilo blanco brillante que se une a tu muñeca —continuó—. Ese
hilo es el camino de regreso a tu cuerpo.
Lo
más importante es no tener miedo. Hay tres tipos de seres que
habitan este sitio. Personas, los visitantes como vos que se animan a
ir. Demonios, estos son creaciones de tu propio miedo, no tienen
pensamiento propio ya que vienen de tu mente. Lo que tratan de hacer
es absorber la esencia del hilo blanco para que te quedes atrapado.
Los enfrentás imaginando algo inofensivo o preguntándoles ¿quién
sos?
Ya que no te van a poder responder y desaparecerán. Y por ultimo
ángeles, estos te guían al objetivo, no te protegen, su único fin
es guiar. No hables con ellos, son muy reservados y pueden castigarte
—me contó ya con la voz débil—. Sé que vas a encontrar el
camino, confío en vos —empezó a cerrar los ojos.
—Te
lo prometo —el monitor comenzó a dar las pulsaciones más rápido
exaltándome.
—Te
veo en el otro lado Tomás —susurró soltando su agarre de mi mano.
—¡Voy
a visitarte, te lo prometo abuela! —logré decir antes del último
pitido.
Le
hice caso. Todo lo que ella me dijo era verdad. Los ángeles, los
demonios y el hilo blanco. Es todo verdad. Tal como me contó. Ahora
cada fin de semana la voy a ver y nos reunimos en un parque cerca del
hospital.
Fue
difícil llegar, intenté hacerlo por la noche. Pero no me podía
concentrar gracias a mi vecino que estaba martillando a las nueve de
la noche. Pasé meses intentándolo. Hasta que un día lo logré. La
ciudad
invisible
es la misma ciudad en la que vivimos solo que hay seres que no se ven
cuando estás despierto. Podrías pararte enfrente de alguien y no te
va a notar.
Cuando
llegué me recibió un ángel que no hablaba. Era petiso, con orejas
chicas, llevaba puesto un vestido blanco que se parecía más a una
bata y los ojos le brillaban, no tenía pupilas.
Solo
me topé con un demonio. Este no tenía cara. Me seguía a todas
partes. Pero al hacerle la pregunta se desvaneció. En cuanto a otras
criaturas hay una que me provoca terror. Es blanco, tiene dos piernas
puntiagudas las que utiliza para volar imitando a la hélice de un
helicóptero, solo reputa de un ojo con diferentes colores. Debajo de
sus piernas está su boca con millones de dientes afilados. Le llaman
la atención los lunares ya sea los que se encuentran en la piel o
ropa. Una señora poseía un lunar en la nariz. A este ser le atrajo
tanto que se plantó en frente de ella mirándola fijamente. El ojo
del fenómeno tomó la forma de una espiral de muchas tonalidades
hipnóticas. Al tomar ese estado de hipnosis este se llevó a la
mujer a quien sabe dónde. La
hubiera ayudado pero me temo que soy demasiado cobarde.
Hay
individuos que pueden ser buenos o malos. Unos de ellos son los
espíritus, no disfrutan de un cuerpo físico, son como una pelota
llena de luz. Algunos de ellos se escapan del inframundo y solo
revolotean por ahí. La luz cambia según su ánimo. Hay
que recordar que fueron personas en el pasado.
Los ángeles se la pasan de un lado a otro tratando de capturarlos
porque la mayoría son malignos y se fugan por venganza yendo a la
vida real para molestar a la gente o lastimar.
Es
increíble. Puedo pasar de estar en las playas de Brasil a la selva
australiana. Noté
que por la ciudad podés encontrar códigos o nombres escritos. Al
leerlos se abren portales a mundos paralelos. Me atreví a entrar a
muchos. Aunque no sabía lo que me iba a encontrar.
Mi
abuela me aconsejó que, para volver a la ciudad invisible, diga
Creetos.
Me sorprendieron bastante.
En
uno de los mundos las malas palabras son buenas y la comida rápida
es saludable. En otro, las personas son diferentes estilos de
caricatura o dibujo. También hay uno en donde todos tenemos
extremidades más grandes y algunas pequeñas. En el último que
estuve la tierra no existe y vivimos en la luna sin ningún traje
espacial.
Cada
código es un planeta donde te permiten ver cómo sería el mundo si
cualquier detalle hubiera ocurrido de otra forma. Cada cosa, cada
criatura o suceso me terminó cautivando. A tal punto que nunca
llegué a notar que la mayoría del tiempo estaba ahí. Cada vez más
lejos de la sociedad. Y al final quedándome atrapado en esta ciudad.
Katia, 2018.
Editado en El club de la serpiente. Inspirado
en: Las
ciudades invisibles de Ítalo Calvino.
Goya |
No hay comentarios:
Publicar un comentario