martes, 16 de abril de 2019

El jardín de los diamantes * Gabriel Guadalupe




“¡Aaaay!”, gritó Ágape luego de sufrir el pisotón de una niña que corría en el jardín. Cada rincón del bosque la escuchó menos la nena que siguió jugando.
Koqui, un pájaro vecino, dejó sus trabajos de carpintería y llegó de inmediato. Roland, su amigo bicho bolita, rodó y rodó hasta los pies de la desconsolada planta.
Todos los años Ágape debía ser la primera en abrir sus pétalos. Ellos darían la señal para que el resto de las plantas también comenzaran a florecer. Entre llantos dijo: “Mañana empieza la primavera y lastimada no podré abrir mis flores”. Koqui y Roland se miraron compartiendo la preocupación. 
─¡Tac-tac, tac-tac! No se me ocurre nada. ¡Tac-tac, tac-tac! Algo tenemos que hacer─ pensó Koqui mientras golpeaba el pico sobre un tronco. Roland estiró su espalda y dijo: 
─Vu-le-vú, vu-le-vú─ y señalando el cielo recordó que tal vez Zumbha, su amigo el viento, podría ayudarlos. Él era conocido por llevar remedios mágicos entre sus manos. 
─ ¡Tac-tac, tac-tac! Muy buena idea. Por algo sos el cerebro del grupo.
Koqui voló sobre ríos y lagunas, subió a la cima de las montañas hasta que encontró a Zumbha que jugaba en un campo de girasoles. 
─¿Qué te trae por acá?─ preguntó el viento mientras le despeinaba las plumas. 
─Ágape está lastimada. ¡Tac-tac, tac-tac! Necesitamos que la cures. Debe florecer mañana mismo y dar inicio a la primavera. 
Zumbha quedó en silencio unos instantes y respondió:
─Haré lo posible para curar a Ágape. Esta noche la visitaré.
─Gracias amigo. ¡Tac-tac, tac- tac! Estaremos atentos a tu llegada.
El pájaro regresó con la noticia. Le contó a Roland que debían esperar al amanecer. “Vu-le-vú, vu-le-vú", le contestó esperanzado y le mostró unas ramas con las que armaron una casita para pasar la noche. Una vez dentro de ella descansaron sobre unas hojas secas que utilizaron de colchón. El cielo se había vaciado de estrellas.

Antes del amanecer, una lejana brisa sacudió las copas de los árboles. Luego se hizo más fuerte, llegó hasta los arbustos del jardín. El ruido los despertó. Se asomaron y quedaron mirando en silencio. El pasto era una alfombra movediza.
Desde el cielo miles de partículas doradas caían sobre Ágape. Las caricias del viento envolvían su tallo. En pocos minutos Zumbha había terminado su tarea.
Al llegar la mañana Ágape amaneció con una sensación extraña. Movió su hoja con mucho cuidado hacia arriba y abajo. No tenía aquel dolor intenso. Estaba curada y sus capullos despertaron de una sola vez.
Esa fue la señal para que las demás comenzaran a cubrir el jardín con sus flores. Rosas blancas y amarillas; claveles rojos y turquesas. Parecía un arco iris recostado en el pasto. De la emoción Koqui voló dando giros en el aire y Roland rió acostado patas arriba. Curiosas mariposas llegaron en grupos para jugar entre sus pétalos.
La sorpresa fue descubrir en cada hoja de Ágape pequeños diamantes que Zumbha había dejado de regalo. Algunos parecían estrellas, otros tenían forma de corazón. Esos cristales eran luces multicolores que se prendían y apagaban sin parar. Desde ese momento todos los habitantes del bosque quisieron conocerlo y lo llamaron el mágico Jardín de los diamantes.



Gabriel Guadalupe, 2019.

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