- REPERTORIO.
En
confianza, mi mamá te dice que a mi papá hay que creerle “de todo
lo que diga, un cincuenta por ciento”. Lo dice porque es gracioso,
pero también como una forma de protegerlo.
Lo
critica por amor.
Es que
mi papá tiene pasión por las anécdotas.
—“Una
de las personas que yo más quise en mi vida”, cuando dice eso, ya
sé de quién va a hablar. Su abuelo, el padre de mi abuela, era un
gallego humilde, analfabeto. Es larga la historia pero acá aprendió
a escribir y no sé cómo, pero supuestamente terminó construyendo
un mini edificio. Con un grupo de albañiles, pero él al mando.
Yo, de
hecho, viví un tiempo en ese edificio.
— “Tenía
un enganche especial
con los chicos”, continúa diciendo siempre cuando cuenta esta
historia.
— “De
viejito, ya jubilado, se le daba por arreglar cosas, los chiches
(dice chiches), algún pequeño electrodoméstico (sí, así dice
también, qué se yo), cualquier cosa que le daban los vecinos, él
lo arreglaba”. Con la voz, a esta altura ya se muestra conmovido.
No es que no lo esté, pero aprovecha para medir cómo viene de
rating. El tipo sabe.
— Le
decían “El abuelo que trabaja”, Jorge - mi viejo- considera este
apodo un recuerdo. Lo instala.
— “A
mí me fascinaba salir del colegio y que me estuviera esperando mi
abuelo para ir a merendar.” Esa
es la palabra que usa, “fascinaba”.
Una vez
hecha la presentación, te puede contar dos cosas: una es el ascenso
social de Ramón “ el abuelo que trabaja” Martínez.
Ese es
realmente un historión, tenés que tener tiempo. Y estar preparado,
porque además es emotivo nivel Sorpresa
y media. Y él lo tiene muy
aceitado.
La otra,
es un detalle de color y tiene que ver con un objeto.
- EL OBJETO EN CUESTIÓN.
La
recuerdo primero en la casa de mis abuelos. Un departamento que
compraron cuando se mudaron de la casa donde habían vivido toda la
vida. Éste era un piso gigante en la calle Pumacahua para ellos
solos.
Se
habían llevado todos los muebles que tenían en Floresta. Mudaron la
casa, literal.
Quizás
por eso, la decoración parecía un disfraz. Como un departamento
entero cubierto por un mantel con volados y puntillas y el plástico
de arriba. Una cosa extraña de portarretratos, terciopelo rosa y
cristal.
En la
habitación destinada para nietas había dos muñecas asquerosas, una
en cada camita individual de acolchado azul. Unas muñecas duras,
tipo bebés con cara de vieja. Tétricas, jamás las toqué. Pero en
el medio de las dos camitas, sobre la mesa de luz, había una casa de
juguete. Era perfecta: el tejado terracota, el revestimiento rústico
de exterior en las paredes, rejitas en cada ventana. Se prendía la
luz con un botón redondo blanco que estaba al lado de la puerta de
entrada. Podía verse la luz encendida del lado de adentro traspasar
las mini cortinitas blancas. Era un hogar.
Pero
ninguna muñeca tuvo nunca el privilegio de habitar esa mansión.
Porque adentro de esta casa sólo vive una radio. Así es: Cuando
abrís la puertita doble hoja de madera, te encontrás con un
sintonizador de Radio AM.
Impresionante.
Magia.
Una vez
que murieron mis abuelos, mi papá y sus hermanos tuvieron que entrar
al departamento e iniciar la retirada.
Mi papá
se llevó la casita radio.
¿Por
qué? Porque la había construido con sus propias manos
el abuelo que trabaja.
Cuando
la casita radio pasó a estar en lo de mis viejos, de inmediato se
transformó en un tema de conversación.
Es un
objeto muy particular, que atrae a las preguntas.
También
es un pie para mi papá: para desplegar su repertorio pertinente.
— “Esa?
esa la hizo mi abuelo”, Y ahí engancha.
III. MI
PAPÁ COMO INDIVIDUO.
Un
veinticuatro de diciembre a la tarde estábamos mi hermana, mi mamá
y yo cambiando las cosas de lugar. No sabíamos qué hacer con la
casita. Es que es tan peculiar que en cualquier lado desentona.
Ahí fue
cuando lo vimos: al costado de una de las paredes, este mítico
artefacto familiar tenía escrito un delator “INDUSTRIA NACIONAL”.
Un dato
que cambiaba todo.
- ¿No te digo?, dijo mi vieja. De todo lo que dice, un cincuenta por ciento. En una de esas la casita estaba en la casa de su abuelo, pero después: que la hizo él, que con sus propias manos, que era casi analfabeto, que construyó no sé cuántas cosas…
No hizo
falta decir que ninguna de las tres iba a mencionar este
descubrimiento jamás. Justamente por eso era que mi mamá nos había
advertido sobre este hábito en Jorge: para que, en caso de
emergencia, hiciéramos la vista gorda.
Me di
cuenta de algo: Una vez, en una feria de antigüedades en San Telmo,
yo había visto una casita-radio.
Y seguí
de largo.
Giselle Bouso, 2019.
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Zoe Beausire |
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