lunes, 13 de enero de 2020

25 de Mayo * María de los Ángeles Raggio






Como cada sábado ella entró a la casa para la visita ineludible. Sabía que la celebración tendría lugar durante la tarde. Cuando llegó al primer piso, se encontró con la imagen que le desbordaría sus ojos de celeste y blanco.

El 25 de mayo es una fecha que resuena en nuestra memoria como un cumpleaños que no se puede olvidar. Desde muy niños esa fecha es motivo de excitación y desvelo para madres, padres e hijos con caras pintadas con corcho o maquillaje negro, grandes moños, paraguas escarapelas y lluvia de papelitos frente al cabildo, todo acompañado con mazamorra French y Beruti.

Llevaba en su bolsa las golosinas infaltables, y miraba cada detalle con emoción deliciosamente infantil.

La pareja que se encontraba en el centro del salón era curiosa, no se podía más que admirar la destreza con la que bailaban la zamba y el pericón. Daban ganas de aplaudirlos, de pedirle otro baile, un valsecito quizá.

Ella llevaba un vestido típico floreado, la pollera acampanada con volados y las mangas abullonadas y cortas. El cabello estaba recogido con flores en un rodete y sus mejillas estallaban de rubor rosa, igual que sus labios. Él, en cambio, no tenía flores. Era toda seriedad, bombacha beige, botas marrones, camisa de un blanco inmaculado y sombrero de fieltro bien de campo. Un pañuelo de raso celeste coronaba su cuello.

Y bailaban y bailaban y bailaban… La música atestiguaba su ceremonia su cortejo como todos los que en un silencio casi religioso, seguían cada uno de sus pasos y recortes. Aplausos en el zapateo determinado y hasta con algún firulete, sonrisas con algunos portillos que no dejaban dudas que la danza los entusiasmaba.

Ella seguía casi escondida observando la celebración para que su presencia no capturase ninguna mirada, para asegurarse de que el foco permaneciera en la pareja que los transportaba al fogón de campo, en alguna pulpería de aquellos años revueltos.

¡Cuánto le habría gustado abrir un chocolate mientras miraba! Pero no iba a cometer la herejía de desatar el ruido inconfundible del papel dulce abriéndose, dejando a la vista de todos ese deseo oscuro y aterciopelado (que transformaba la boca en éxtasis).

Se preguntó si ese éxtasis era parecido al que gritan los fanáticos del fútbol desgarrando sus laringes cuando su equipo hace un gol.

No, el chocolate debía esperar igual que ella para sumarse a la escena.

Y esperó.

Y se deleitó en las miradas, en la música que no era de su gusto pero le traía alguno de sus pocos recuerdos felices.
Al terminar el baile, escuchó los aplausos, las exclamaciones, vio cómo una de esas sonrisas entregaba a los bailarines un presente y un beso. Todos emocionados, todos con la certeza que da el disfrute dibujada en sus caras.

Era el momento de permitir que la viesen. Entró a la sala, saludó con un beso y compartió el entusiasmo en los ojos de quienes estaban rodeando la pista.

¿Vamos? -Dijo con una sonrisa y se acomodó detrás de la silla de ruedas en la que su madre estaba sentada.
Sí, vamos, ya tengo el termo con agua caliente para el café.
¡Estupendo! Y mientras, ordeno tu armario. Estuvo muy lindo ¿no?



María de los Ángeles Raggio, 2019.




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