Abensur |
Voy hacia la casa de mi hermana, tengo que regarle las plantas y
darle de comer al gato. Fue lo que me pidió hasta que vuelva. Creo
que viene el martes, no sé, tengo que chequear bien el mensaje.
Llego a la entrada del edificio, busco la llave. No, era una tarjeta
magnética. ¿Dónde la dejé? Ah, sí, acá. Apoyo. Abre. Entro. El
portero me mira y sonríe. Devuelvo la gentileza. Me acerco al
ascensor, parece que está en el piso siete. Presiono el botón, lo
espero. Empieza a bajar. Llega. Abre. Salen dos mujeres, una tiene un
chico en brazos, están hablando de algo. Se las ve muy serias.
—¿Sube? —me dice un señor.
—Ah, sí, perdón.
Entramos.
—¿A qué piso va?
—Al noveno.
El tipo presiona el botón once, luego el nueve.
Se cierran las puertas. Subimos.
Al señor no lo ubico, no me lo crucé nunca desde que mi hermana se
mudó. Lo miro, él mira fijo hacia el techo.
Piso nueve.
—Adiós—le digo.
Él sigue mirando el techo.
Se cierran las puertas.
Miro a mi alrededor.
Encaro hacia el departamento de mi hermana, pongo la llave en la
cerradura, quiero abrir la puerta, no puedo, vuelvo a intentar, no
abre.
La luz del hall está rara. Me fijo, tiene una lámpara quemada. Le
resto importancia.
Siento una respiración y me doy vuelta. Veo un perro negro, es
grande y viejo. Me mira, intento acariciarlo, pero me muestra los
dientes. Lo veo ir hacia la puerta de entrada de lo de mi hermana,
mete la cola debajo de sus patas, agacha la cabeza y se va.
Rarísimo.
¿A qué vecino se le habrá escapado?
Intento una vez más abrir la puerta, y ahí me acuerdo que mi
hermana me había aclarado que dejaba cerrada la puerta con la
cerradura de abajo.
Listo, entro y prendo las luces.
Me llama la atención que el gato no se me acerque, debe estar en
algún lado.
Voy a la cocina, abro la heladera y saco una botella con agua, tomo
del pico. Veo en un rincón que está el platito con la comida del
gato llena. Mi hermana hace dos días que no está.
Intento buscarlo por toda la cocina, voy al living, busco en los
rincones, silbo a ver si viene, pero no aparece. Encaro al
dormitorio, prendo la luz, miro para todos lados, me agacho y me fijo
debajo de la cama, pero no lo encuentro. Voy hacia el placard, abro y
lo veo arrinconado en una esquina, tiene miedo en su mirada, está
temblando. Intento agarrarlo, me gruñe. ¿Por qué estará asustado?
Debe ser porque está solo. Dejo la puerta del placard abierta.
Vuelvo hacia el living, subo las persianas, corro las ventanas y
salgo al balcón. Encuentro el balde que me dijo mi hermana, lo lleno
y me pongo a regar las plantas.
Del balcón de al lado noto que hay una cabeza asomada mirándome,
como si fuese la de una señora grande, nunca la vi.
—Hola —digo.
La cabeza sigue sin moverse.
—¿Cómo le va?
Se mete dentro de su casa. Qué friky.
Miro hacia la avenida, llena de autos y ruidos, saco un pucho, lo
prendo, me cuelgo mirando las personas que pasan. El sol se está
yendo, amo los atardeceres. Tiro el pucho hacia la avenida, sonrío
pensando que mi hermana siempre se enoja cuando lo hago. Vuelvo al
living.
¡Ah! Sí. Me pidió que deje todo bien cerrado. Bajo las persianas
del balcón, al darme vuelta veo un sobre en el piso. ¿Y esto?, ni
lo vi cuando llegué. Qué colgado que soy.
Agarro el sobre y voy a la cocina, busco un cuchillo y lo abro. Saco
una hoja doblada, la despliego y leo: ¿Por qué buscas al gato si
el gato no te busca a vos? ¿Y esto? ¿De dónde salió?
No le doy bola, le resto importancia. Estoy apurado, tengo que irme.
Voy para la cocina y pongo más comida al gato y le lleno la tacita
con agua. Vuelvo hacia el living y encuentro otro sobre violeta sobre
el piso.
Me detengo.
—Vir, ¿estás?
Voy a la pieza apurado.
—Dale, boluda, no me jodas.
Voy al baño, corro la cortina de la bañera. La estoy flasheando.
Mejor me calmo.
El sobre sigue ahí. Voy hacia él, lo agarro, vuelvo a la cocina,
tomo el cuchillo y lo abro.
Otra hoja. Otra oración. Leo La luz me da miedo. ¿Pero qué
es esto?
Ya fue, me apuro. Agarro los sobres, los tiro al tacho de basura,
tomo la llave para irme, salgo de la cocina.
Se corta la luz.
Estoy apurado y nervioso. Intento tomar el celular para poner la
linterna, pero se me cae. No logro ver nada, todo está muy oscuro.
Me agacho, repaso con mis manos sobre el piso, tratando de encontrar
el celular, pero no lo encuentro.
Siento que me tocan la espalda.
Fernando Capece, 2020.
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