Ikeya |
Veneno para las hadas
El bosque era como una madre para mí. Ramas superpuestas y flora lozana hacían vaivenes con la brisa gentil, acunándome en un abrazo. No existía lugar más relajante. “¿Dónde estoy? Tengo que volver… de alguna manera”.
Aunque tenía un hogar, su calidez era nula, así como el sentido de pertenencia. Mientras recuperaba la conciencia, recordé los crímenes que alguna vez había cometido, y los huesos se me helaron. Los pies urgían movimiento, un reflejo del miedo instaurado por tantos años. “Tengo que regresar, tengo que volver. Tengo que volver… debo volver.” Sin embargo, la voluntad se escapaba de las palabras que se derramaban por mi boca.
Desde el matorral que susurraba y crujía siniestramente rezumó una criatura de la oscuridad, pero tenía en claro que no era monstruo alguno. Podía saberlo por la manera en que fluía, como si se pensara líquido. Entonces, el letargo que me nublaba la cabeza empezó a despejarse. “El lugar en el que estoy ahora no es como el mundo del que vengo.” Había visto más que suficiente para que esta verdad me encandilara. Nada de eso importaba ahora. Tenía que concentrarme en la amenaza frente a mí. Apreté el puño con fuerza.
Miré detrás de mí y encontré a un hombre. Al fin, otra alma. “¿Podría guiarme al pueblo más cercano?”. Al pedir ese favor, su mirada se clavó en mí, ferozmente. Sus ojos contenían gran malicia, como si mi presencia fuera repulsiva. “Tengo que decirle que no busco hacerle daño.” Caí en la cuenta de que yo estaba preparada para el ataque unos minutos antes. Apenas entendí eso, la única alma que había encontrado lanzó una agresión hacia mí sin dudarlo otro segundo más.
Sin aliento, llegué a la orilla de un lago. Me acerqué al agua para lavar el sudor que colgaba de mi cara. “Esta… ¿esta soy yo?” Escuché mi voz temblorosa y frenética. Los dientes castañeaban asediados por el horror.
El miedo era un pariente más para mí. Me he encontrado cara a cara con la muerte en otras ocasiones. También estaba acostumbrada al dolor, y me han obligado a hacer cosas contra mi voluntad. Pero a esto no estaba acostumbrada. Mi apariencia se había alterado y nada podía ser más inquietante. Estaba segura de que mi conciencia se había deteriorado. Con la mente ebria de niebla, necesitaba aferrarme a algo, algún recuerdo que iluminara el camino de regreso a la cordura.
Vivía donde las voces lascivas de hombres brutos me agarraban y arrebataban. A ese lugar llamé hogar desde que tengo memoria. No podía recordar las caras de mis padres. Fragancias empalagosamente dulces punzaban mi nariz, alimentos sensuales y desabridos adormecían mi lengua hinchada. Desobedecer órdenes me aseguraba una golpiza, mientras que esforzarme por flirtear me conseguía más clientes. En este mundo tenue y aislado me convertí en una marioneta viva.
Los gritos de una muñeca siendo desgarrada sacudían mis tímpanos. Risas maníacas, desprovistas de control, hacían eco en las paredes día y noche. La mayoría de ellas estaban descorazonadas, pero no yo, que tenía refugio propio. Aunque pudieran profanar mi cuerpo jamás corromperían mi corazón. Mi mente soñaba con frecuencia con finales de cuentos de hadas, un refugio para el dolor. Me concentraba en lo que añoraba, en un deseo que jamás se haría realidad. Quería ser como Cenicienta. Eso era lo único que deseaba.
Recuperé el sentido pellizcando mi mejilla. Ardió. “Todavía puedo sentir. Estoy bien.” La cordura seguía ahí. Era la misma pesadilla de siempre. Una brisa y luz de sol tibia me acariciaba la cara. Con la conciencia volviendo, pude ver el mundo que tanto añoraba desplegado. “Si realmente existe un dios lo acribillaría con blasfemia, pero hoy no.” Esto es un sueño del que podría despertar, entonces perseguiré mi deseo. Decidí reclutar vasallos para convertirme en la princesa que siempre quise ser.
“¿Qué te sucede? No llores.” Un enjambre de serpientes reptaba a mis pies. No era príncipe. Esperable. Una serpiente horrenda calzaba perfecto para mí, prisionera de los celos. De cualquier manera un príncipe idiota que quisiera a una desgraciada no tiene lugar a mi lado, ya que lo convertiría en un ser aún más bajo. Finalmente pude volcar el desdén hacia otros. Finalmente… lo recuerdo. Yo había muerto.
El hombre que me compró en el burdel tampoco era un príncipe sino un mero mercader con intenciones retorcidas. Después de hacer lo suyo conmigo me miró con malicia, feroz, ahogándome hasta romperme el cuello en pedazos.
“¿Por qué nadie vino por mí? ¿Por qué arrebatarían así mi belleza? ¿Será tu hermosura la que te salve al final, Cenicienta?”
Mi interior estallado. Las señales de dolor disparadas, la mente desesperada por apagarlas. Junté la fuerza que aún me quedaba para tratar de encontrar la luz. “Por favor, apurate. Quiero morir.” Viva, pasé el tiempo siendo castigada y ahora aún en sueños, soy usada. Si a esto es lo que se reduce todo, deseo ser librada del dolor. Apenas pude susurrar esa respuesta.
“Te permito vivir, si te convertís en mi esclava”. Las palabras no llegaron a mis oídos. Mis labios temblorosos pronunciaron una respuesta. Sin nadie que la escuchara, todo se desvaneció hasta la nada infinita.
Juan Perez, 2020.
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