jueves, 24 de septiembre de 2020

Rubén se asoma a Ventana a la escritura

 



Historia de lechuzas 


En la casona de una familia rica en la aldea rioplatense conversaban la madre y su hija Ángela.

–¿Dónde estará mi hija impía? –dijo la madre

–Siempre hablo con los que no están, voy a conversar con mi hermana así como hablo con la abuela, con mi amiga Remedios y con las lechuzas que saben casi todo – respondió Ángela.


Al Hombre no le gustaba ese amor. “Esta ciudad no será libertina como Sodoma y Gomorra”, dicen que dijo. Entonces la pareja escapó una noche de dos caballos y un pincel que les apretaba las sienes. Los dientes de las familias notables salieron a darles caza, más valía asesinar al sueño que permitirle extravíos a la brújula.

Algunos amigos y unos pocos fieles de la parroquia del Socorro lloraron y rezaron por ellos.

En Goya de Todos los Santos, entre hojas rojas y yacarés, él hizo mil votos al Señor y a su querida para que nadie los separase del hijo que ya respiraba adentro de ella, y allí juraron poseerse hasta el final porque si así no fuese sus almas vagarían separadas entre los juncos.

Los gestos de amor atrajeron a la jauría del Hombre, el Brigadier Rosas. El can jefe dio la orden de alto, y los canes vasallos mordieron con la misma saliva con la que un  general amigo de Rosas escupía a sus prisioneros antes de cortarles las orejas para ofrendárselas a sus aliados. La pareja fue detenida y le sucedió el forzado regreso a Buenos Aires entre vidrieras de polvo y soles de aluminio que no amilanaron a la que esperaba ser madre. En Santa Fé de la Vera Cruz intentaron huir. 

–¡Madrecita, madrecita!, hablé con ella y me contó que un capitán intentó seducirla a cambio de su libertad pero ella lo rechazó.


El destino estaba marcado, los esperaba un juez y un cuartel porque la historia se juega con dados cargados, era la orden del Brigadier.

Ángela contó que iba a interrogarlos un juez bondadoso, eso le había dicho su hermana durante la noche.

-¿Nada más te dijo? –preguntó la madre.


Las lechuzas le contaron a Ángela que cuando entraron al cuartel les vendaron la cara, que ella se arrancó la venda y abrió los ojos más que los girasoles para que el océano de la vida le llenara estómago y rodillas. Luciérnagas y gentes humildes vieron tanta gente que preguntaba “dónde está la justicia”. Y sin embargo ella mantuvo los ojos abiertos como el océano y murmuró que Dios podría nuevamente transformar el agua en vino como en la remota boda en Caná de Galilea.

-El vino y la justicia se dan allá arriba –dijo su enamorado.

-Pero las palabras del juez… –dijo Camila.

–Las palabras son rosarios malditos que encienden las ilusiones; voy a seguir rogándole a Dios para que no escuche a Rosas.

Cuentan las lechuzas que se besaron como nadie nunca. Y los caballeros de la Inmaculada se retorcieron de envidia prometiendo muertes heroicas. El beso sopló entre durazneros y sauces; rozó cigüeñas, pájaros flauta y campesinos labrando la tierra, y así llegó la noticia a nuestros días, de beso en beso, de caricia en caricia. La última lechuza contó que los rayos se hicieron estrellas. Y abajo, bien abajo, se emborracharon de tristeza porque ellos habían desaparecido.

La madre preguntó si su hija Camila O’Gorman o Gutiérrez, el sacerdote hereje, le habían hablado nuevamente.

–No, madrecita –respondió su hija. 


La madre de Camila repitió varia veces que estas historias siempre terminaban mal, que siempre era lo mismo, y las dos lloraron tomándose las manos. La hija recordó a su madre que las lechuzas le decían que los casos se parecen pero no se repiten; se reiteran cuando las vemos como las contaron Heródoto y Homero. Esta podía ser una historia diferente, única, decían las lechuzas. 

–¿Por qué creerle a esos griegos que hace miles de años decían que la lechuza era la sabiduría? ¿A ellas sí y a estos dos sabios también griegos no les creemos? –sonó la voz de la madre.

–Son cosas bien distintas que usted está mezclando.


Podía suceder como decían las lechuzas… En aquella oportunidad el azar quiso que el capataz de una estancia vecina del Cuartel de La Crujía, donde estaban detenidos los enamorados, un tal Rosendo, sorprendentemente los liberó. Fue un acto de venganza y reparación porque este capataz había sido desairado por Rosas. Rosendo era querido y respetado por su pasado como suboficial destacado de Rosas y de Dorrego y por su hombría de bien. Así, un milico fiel amigo suyo destinado en La Crujía actuó como “caballo troyano” y le confesó la hora y día del fusilamiento de Camila y Gutiérrez. Ofendido en su honor, el capataz pergeñó su revancha contra el Hombre. Durante la noche previa al fusilamiento, acompañado por amigos de ley y coraje liberó a Camila y a Gutiérrez.

–Tata Dios cumple y me dio la oportunidad, así que agradézcanle a él –fueron sus palabras cuando los despidió bajo la luna y el desierto verde.

Algunas lechuzas y Ángela siguieron hablando con Camila. Desoyendo a Homero, creían que Penélope se había ido con uno de sus amantes abandonando a Ulises; y que Helena se quedó para siempre con Paris porque solo a él amaba, y no al griego Menelao. 

–¿Te habló anoche? –preguntó su madre en la casona de Buenos Aires. 

–Me parece que no puede escucharme porque andan muy apurados, pero bien y queriéndose mucho. 



Rubén Padlubne, 2020.

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