hace meses sufro de una rara enfermedad
medio que arranca a las diecinueve
veinte horas
-el primer síntoma-
la mano va como en la ouija
pero hacia el celular.
quisiera mentirte y decir
que en realidad escribo desde una máquina
-y voy a mentirte-
pero te digo mejor que soy una máquina de escribir porque
¿qué es una máquina de escribir sino un cuerpo?
por las noches la escucho
las teclas, como en una clase de dactilografía
pero no soy yo es la otra
-la que escribe-
como escindida
que claro que es otra hasta extraña para mí.
somos y no somos la misma.
de pronto, en medio de la noche
ya de madrugada escucho el abuso de la barra espaciadora
-lo no dicho-
como una radio que transmite con error
como en las películas de terror cuando acecha un fantasma que hace interferencia.
son las noches que poseída por este nuevo cuerpo
cedo ante la palabra que amenaza con tener vida propia, más vida que yo
pero es la otra que ahora me susurra al oído
unas cuantas verdades sobre el día
-un resto diurno-.
somos y no somos la misma.
no me deja escapar ni siquiera corregirla
parece que enloquecida escribe hasta con capricho
es su delirio lo que me despierta tantas veces
que me abre un ojo para leerme ese poema que tanto le gusta
que me parte el alma leer porque yo ya sabía
-ya me la veía venir-
que cuando la escucho caminar
por el pasillo
no me queda otra que hacer que duermo.
Soledad Gopar, 2020.
@ellahaciaeleste
En respuesta a la consigna de #ventanaalaescritura
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