viernes, 23 de octubre de 2020

Deseo * Micaela Urdinez

 Deseo


Son solo tres palabras pero no se anima a escribirlas. Está sentada en su escritorio vidriado y se distrae con los pájaros del jardín. Todas sus pulsiones están encerradas en esos diez dedos petrificados sobre el teclado. Como su vida. Ese engranaje aburrido en el que solo sigue órdenes, en el que los demás inventan palabras que no son suyas. 

El reglamento de la Ley de Deseos es claro. Solo se pueden pedir cosas materiales como un lavarropas nuevo, un auto híbrido de última generación, o una máquina para cortar el pasto. Ayer había pedido una cafetera porque había visto una publicidad que decía: “Si querés ser parte del progreso, arrancá tu día con un Nesspreso”.  

Hay rumores de que los que incumplen las normas son ubicados en las zonas rurales, a las que no se puede ingresar ni siquiera para ir de vacaciones. Ella sigue sosteniendo que es solo una estrategia para asustarlos. Pero cuando algunos de sus vecinos más rebeldes se mudaron abruptamente a otros barrios, se inquietó un poco. 

Roberta entra silenciosa a aspirar el piso. Siempre el mismo recorrido. Va por el margen derecho hasta chocarse con la primera esquina. No la mira pero siente su aliento metálico. La angustia caer en la cuenta de que su única compañía es un robot de segunda mano que compraron en un remate. 

Manda el mail a las 7:59. Justo un minuto antes del límite para pedir el deseo del día. Siempre, si cumplía con los requisitos, se hacía realidad a las seis de la tarde. Ni un minuto más ni un minuto menos. Sonaba el timbre y aparecía la recompensa. 

En eso consiste su existencia. En pedir y esperar. Está casada con un ingeniero en sistemas que trabaja en La Matrix y tiene cinco hijos que se están entrenado para ser pilotos espaciales. Su rol ya está cumplido pero ella quiere más. 

Los jarrones con flores ordenados ––milimétricamente en fila–– la ponen nerviosa. Por momentos, tiene ganas de agarrar un bate de beisbol y romper todo. Le pide a Roberta que le prepare un té de tilo para calmarse. Apura el día tejiendo en el living y mirando los noticieros, aunque de reojo siempre actualiza la carpeta de entrada de los mails. 

Piensa que es raro que no le hubiera llegado una respuesta automática diciendo que su pedido no era válido, como cuando quiso sumar a Joaquín Sabina a la lista de artistas permitidos. No le dieron el gusto.

Termina el gorro de lana y atrapa a su pierna con la mano para que deje de temblar. ¿Pasará algo? ¿Me mandarán a hacer alguna charla de concientización ciudadana? ¿Vendrá la policía a tocarme el timbre?  Se levanta y va hasta la puerta para mirar por el ojo de la cerradura. El torso de Mónica Pérez cruzando por la vereda, un perro cagando en su jardín, el tránsito de gente que circula sin mirar. Lo de siempre.

 Hasta que distingue un auto negro que desencaja con la monotonía. Casi arrodillada en el piso, con el ojo haciendo de largavista, espía. Se da cuenta de que también la espían. Se le eriza la piel. El frío por todo el cuerpo. La garganta seca. 

Siente las millones de pantallas haciendo zoom en su casa en Caballito. Un humo empieza a salir por la ventilación. Le falta el aire. Se tira al piso. Se ahoga. Alguien en el Ministerio de Mentes Oprimidas relee el mail: “Deseo ser poeta” y confirma la orden. ELIMINAR.



Micaela Urdinez, 2020.

@murdinez



Chase Lane


No hay comentarios: