lunes, 9 de noviembre de 2020

Ariel se asoma a Ventana a la escritura

 


"El cofre de los sueños de papel, color y tesón."


Mi casa podría decirse que es mi dormitorio, y éste el rincón en toda su constitución; sin dudas una cápsula de oxígeno tras enfrentar un día más, puertas afuera, la realidad aventurera del mundo bipolar, el bien y el mal, que desafía la propia existencia y la autorrealización. Puertas adentro, el dormitorio se yergue como el triunfo de mi todavía breve existencia, el templo que me otorgó la carne y los pensamientos que llevo hoy inherentes conmigo. Por eso le debo tanto a éste, un maestro que además de prestarme su cama para recobrar fuerzas me enseña a verme al espejo en mi interior, pero también me invita, con la fragancia de los óleos, entre pinceles y trapos sucios, desgastados por el uso, pero muy latentes en un rincón, a desnudar mis emociones más tiernas y terroríficas, configuradas en un cuadro. Por todas partes en la pieza, en una suerte de panteísmo del recuerdo, en libros, adornos, cartas, fotos y dibujos, entre los muebles de estilo clásico y otros un tanto rústicos, una melodía de enérgico sufrimiento y alegría conviven en matrimonio constituyendo un pasado idealizado de mi vida, en el que familiares, amigos, docentes, compañeros de la escuela y del trabajo, y una ex novia desfilaron hasta hoy en mi conciencia, me mostraron el buen y el mal camino, me los hicieron recorrer y me abrieron los ojos a la superación. Todos ellos siguen aún presentes allí, en cada objeto. La alegría y el sufrimiento de antaño se actualizan en cada uno de los objetos tras cada ingreso al dormitorio, para señalarme como buenos maestros el valor de lo insignificante y de lo magno, de lo vacuo y de lo eterno de la vida, retratados en experiencias ajenas y personales. Y todavía queda un espacio muy especial en el templo-dormitorio para aquellos maestros pintores y escultores, gobernantes y religiosos de siglos pasados, que siempre me sedujeron a través de la palabra escrita a navegar en sus vidas y creaciones artísticas, en sus glorias e infortunios, incluso en la esfera de lo personal, para enseñarme a vivir en lo plástico, racional, emocional y moral en el tiempo que me toca transitar. No puedo más que agradecer a cada uno de ellos, verdaderos pilares, maestros a su manera, que me respiran y susurran en silencio, emanando un perfume de añoranza por el pasado, para desenterrar lo mejor y lo peor, para construirme en el presente un futuro un poco más maduro en cuerpo y mente. Todos ellos constituyen un rincón de mi dormitorio, y éste mi persona del presente.



Ariel Mastroleonardo, 2020.

En respuesta a la consigna de #ventanaalaescritura

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