Voy a decirte algo: cada día
muere gente. Y eso es sólo el principio.
Cada día, nuevas viudas nacen en las funerarias,
nuevos huérfanos. Se sientan, mano sobre mano,
e intentan tomar decisiones sobre su nueva vida.
Luego van al cementerio, algunos
por primera vez. Tienen miedo de llorar,
de no llorar también. Alguien se vuelca
con ellos, les dice qué hay que hacer:
pronunciar unas palabras,
echar algo de tierra en la tumba abierta aún…
Y después todo el mundo vuelve a casa,
y la casa se llena de visitas,
con la viuda sentada en el sofá, majestuosamente,
la gente que hace cola y se aproxima:
unos cogen su mano, otros la abrazan.
Ella encuentra qué decirle a cada uno,
da las gracias, les da las gracias por haber venido.
En el fondo, quiere que se marchen.
Quiere volver al cementerio,
al cuarto del paciente, al hospital. Sabe
que no es posible. Pero es su única esperanza,
querer volver atrás. Tan sólo un poco,
no hasta su boda, no hasta el primer beso.
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