Alejandro vio dos actos y se alejó hacia el río. Sentado en el muelle, ante el agua rojiza del crepúsculo, se sentía hueco y olvidado. El rumor de las lanchas y las voces de sus ocupantes le llegaban con claridad. En la isla vecina se encendieron algunas luces. Empezó a cantarse a media voz las sencillas canciones aprendidas alguna vez en la estancia. No sabía que cantaba mal porque desde muy chico lo había hecho a pedido de su padre, que lo escuchaba en silencio, con los pies inmóviles en el suelo junto a los hocicos de sus perros que dormitaban. Después, cuando la isla empezó a vaciarse y sus primos y los estudiantes embarcaron en un gran lanchón prestado por vecinos, Alejandro entró en la casa dispuesto a quedarse a comer.
Sara Gallardo, Pantalones azules.
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