#VENECIA
Desciendo del tren y atravieso las paredes de la Estación Santa Lucía. Venecia me parece un laberinto y no cargo con hilos, aunque llevo retazos gastados y rotos que visten mis ojos. Presiento que la que soy anda por ahí, sola entre gentes sin sentido, esperándome; entonces, poco me importa el olvido de los carretes arrollados con sus hebras mentirosas e inútiles que no pueden zurcir lo gastado y lo roto. Me sacudo. Avanzo lentamente y cruzo el Gran Canal por el Puente de los Descalzos mientras advierto que mis zapatos nuevos están muy viejos y deteriorados, seguro que de tanto ir y venir por caminos que inicio y que me devuelven siempre a ningún lado. Ya no hay remiendo. Estoy del otro lado y me desnudo a murmullos de los harapos hirientes, porque a la que era no la quiere, y yo tampoco si se deja pegar por un ego de idiota profundo. Siento que sólo me conozco donde me espero, en tanto observo con súbita ternura que un cartel se alza sobre mí con una inscripción que dice: “CALLE DE LA VIDA”, y me dejo llevar, entre callejuelas y canales, hacia El Caffè Florian, en la Plaza San Marcos, donde me espero sentada entre las melodías de un piano y dos violines.
María Pía Marcaida, 2020.
@lacatalinaescribidora
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