lunes, 27 de septiembre de 2021

Sol en Ventana a la escritura

 


Verona



1-Manos


No hay manos para llevar el cajón, sólo las del hijo, con sus venas de indigencia, delgadas, transparentes, manos manoplas, matelaseadas con piel.


Las de ella, se asoman entre puntillas de raso blanco, destilando perfume a claveles. Claveles  rojos,  pinchudos, mojados por alguien para que potencien su olor, o su hedor, y se diferencien de  un artificio de plástico, instalación de otra naturaleza muerta.


No hay manos para llevar el cajón, avisó el chofer de la funeraria en mitad del velatorio. 


Sauro está sentado en una silla de fórmica beige, junto al féretro de su madre. Saca un peine pequeño del bolsillo de su camisa blanca, y se alisa el poco pelo que le queda. Igual que una linga de acero, intenta tensarlo para el costado, forzándolo a cruzar el mapamundi de su calvicie. Como si tratara de hacerlo llegar algún lado, lo estira para cubrir lo mejor posible el agujero de su cabeza. A veces en la calle, se le ríen cuando hace esto, se codean entre burlas, lambetada de vaca, ridículo, le dicen. No saben de la desesperación que siente cuando queda a la intemperie.


Aunque hay estufas encendidas, en ese lugar siente frío. La fórmica siempre le hiela la médula, le recuerda los bancos de la escuela en los que quedaba solo y a lo lejos del resto.


Cuando hacía el primario, todas las mesas de su colegio eran de esa madera. Al tocar la campana para salir al recreo, con la excusa de emprolijar cuadernos, se quedaba  petrificado mirando las vetas y las capas que se dibujaban en el laminado del mueble. En general, contaba entre doscientas y trescientas líneas, antes de que sonara de nuevo la campana para el regreso al infierno. 


Para esa época le sobraba pelo, pero algo le decía que de grande iba a boqueteársele la cabeza.


2- Pura sangre


El cuarto está rodeado de vidrio. Es una pecera que deja ver el afuera de un patio interno. ¿Bajó la tensión de la luz?, le preguntó a la chica que venía con la bandeja y la cafetera. Son los vidrios polarizados, le respondió ella mientras acomodaba las tazas sobre una mesa. En ese espacio, queda claro que es de noche todo el tiempo.


La cochería se llama Verona. ¿Cómo es que una funeraria tiene nombre veraniego? Verona es nombre para una heladería, de esas que ponen el cartel con luces de neón blancas en la puerta, con la foto de los tamaños de los cucuruchos y los precios, bien iluminadas para que las imágenes-carnada hagan su efecto y remolquen los sentidos de la gente. 


Verona es  para una heladería como las de su barrio, con las sillas plateadas de aluminio,  sin vetas, sin capas, livianas y fáciles de limpiar si el helado se derrite y el pegoteo azucarado cae sobre ellas. Asientos que se apilan, se trasladan sin esfuerzo para ser colocados  junto a otros en círculos compartibles.


Sauro se ve sentado ahí, inhala un par de bostezos y nota el alivio que engrampa el silencio en la casa de los muertos. 


Un acceso de tos lo obliga a alejarse unos minutos del olor rancio de los claveles. Se pone de pie y camina hacia la mesita en busca de un vaso de agua. El solo gesto de pararse hace de branquia para que el oxígeno entre y le devuelva el aire que había empezado a faltarle. Aprovecha el movimiento, elige una taza y se sirve un café. Confirma que lo que hay en la bandeja sobra en número y forma. 


Apoyado en lo infinito de esa pausa, observa el humo asomándose al borde de la taza y se le humedecen los ojos. Le caen unas cuantas lágrimas y no se las seca. Las deja surcar sus mejillas, rellenar sus arrugas, las deja hacer lo que quieran o lo que puedan.


La azucarera está justo adelante, mirándolo, imagina ¿qué pasaría si me como una, dos, tres cucharadas bien pero bien llenas? ¿qué pasaría si me como un cucurucho gigante bañado en chocolate? El mundo está lleno de azucareras, larga una risa espasmódica parecida a la tos anterior, y siente que las lágrimas se le van secando sin agrietar su  superficie.


Desde que su madre lo supo diabético (como ella), quedó inmerso en la escafandra de una vida edulcorada, sintética. Las piñatas de los cumpleaños se redujeron a papel picado, harina y juguetes minúsculos de cotillón. No hubo bolsitas de golosinas, ni tortas, ni alfajores de maicena con dulce de leche. No existieron momentos acaramelados, ni antes, ni durante, ni después de todo esto. El deleite máximo al que se pudo acceder, fue el de mitigar la amargura con el engaño de alguna sacarina más o menos artificial. La vida sin azúcar, se convirtió en superposición de momentos plásticos, como las capas rojas, pseudo artificiales, de esos claveles color escarlata que pusieron en la sala al lado del cajón.


Sauro siente unas ganas imperiosas de ir a una heladería y sentarse a comer un cucurucho gigante bañado en chocolate. No entiende bien lo que le pasa y con una necesidad como esta, no sabe qué hacer. Estando en el velatorio de su madre, por primera vez siente la sangre corriéndole por su cuerpo, bombeándole las extremidades, inquietándolo, sacudiéndolo.



3- Gloria


Se acerca al cajón, le acomoda las puntillas a la muerta y va en busca del sobre de cuero que dejó apoyado en una repisa en la entrada de la habitación. Revisa entre los documentos y las llaves, saca un cuaderno Gloria de tapa blanda, una birome negra y vuelve a sentarse. Escribe.


850 mg de metformina con almuerzo y cena. Si a los 55 años no toma esta medicación como le indicaron, podría hacer un coma hiperglucémico. Eso fue lo que le dijo su médica de cabecera hace unas semanas.

850 mg de metformina con almuerzo y cena. El Metforal es bueno, reemplaza a la hormona que no está en funcionamiento en su cuerpo, dosifica su glucosa, disminuye el exceso de azúcar del torrente sanguíneo. Ya es un experto en estos temas.


850 mg de metformina con almuerzo y cena. Escribe esta frase intentando grabarla en su memoria, entiende que ya nadie más se lo va a recordar al comenzar el día, que va a tener que organizarse solo, porque a partir de ahora él ES solo.


850 mg de metformina  almuerzo y cena. Piensa que tendrá que aprender a cocinarse y que eso también puede ser conflictivo. Entonces aprieta la birome y escribe, como si esa presión lo llenara de fuerza y le diera superpoderes, aprieta la lapicera y sigue escribiendo. Mueve el cuello porque un hormigueo irrumpe en su nuca y se la toma por completo. Es una mezcla de latido y adormecimiento. Intenta resguardarse apoyándose en los renglones del cuaderno, escribe como si las letras fueran absorbiendo a sus hormigas, entintándose con el color de estas.


850 mg de almuerzo y cena con metformina. Le viene a la cabeza su profesora de plástica de cuarto grado, la señorita Sonia, bajita y de pelo blanco. Se acuerda cuando en una de sus clases se olvidó el lápiz de dibujo Staedlter 2B, y tuvo que escribir 1000 veces, no debo olvidarme los útiles en casa.  No debo olvidarme los útiles en casa. Se ve que escribiéndolo, se incorporaba el concepto. No debo olvidarme los útiles con almuerzo y cena,  850 mg de metformina en casa.


El olor a claveles se mezcla con el del encierro, con el de la estufa, con el del féretro, y le taladra la nariz. Se la rasca sin piedad hasta que un hilo de sangre lo frena. Busca detener ese chorro con el almidón estéril del puño de su camisa. Prefiere la sangre al olor. Al hacerlo, con el botón nacarado se raspa la fosa nasal derecha, y mancha su ropa. Pero no se percata del derrame de sangre. El líquido merma pero el olor insiste, reclama, lo embiste de lleno.


850 mg de metformina con almuerzo y cena. No debo olvidarme los útiles en casa. 850 mg de metformina con almuerzo y cena no debo olvidarme los útiles en casa.


  





4- Scarlett


Después de drenar varias páginas, Sauro tapa la birome y marca la hoja usando como señalador, la publicidad de un pastillero que tenía ahí guardada. 


Haylet. Pastillero organizador semanal. Tiene tapas corredizas de acrílico transparente, con divisores de tomas simples de limpiar y variables en cantidad. Diseñado especialmente para sanatorios, geriátricos y uso personal; es apilable y posee etiquetas al frente y al dorso, a fines de una correcta y clara identificación del usuario. Permitiendo consignar todos los datos que resulten necesarios, es más que funcional para pacientes que deben recibir  medicación en horarios fijos. 


¿A quién se le ocurre ponerle nombre de mujer a un pastillero? 


¿A quién se le ocurre hablar de un pastillero como de un mueble?


Siempre le tuvo terror a los fenómenos naturales que pudieran volarlo. De chico en la biblioteca de su casa circulaba “Lo que el viento se llevó” y él se asustaba tanto ante la idea de una corriente que lo arrastrase y llevara bien lejos, que no podía ni tocar su tapa. Siendo el libro preferido de su madre, no podía ni acercarse. Haylet. Pero cuando ella ponía la película, sólo bastaba con mirar a Vivian Leigh por un rato, para esconderse detrás del aparador y terminar sonriéndole a Scarlett O’Hara. Haylet. Scarlett. Ella fue la única mujer que entró en su casa, la única permitida. Haylet. Scarlett. Con sus labios rojos y ese vestido pintado, lo teletransportaba, lo volaba de este mundo pero sin aterrorizarlo. Scarlett. De grande, siguió haciendo lo mismo, siguió sumergiéndose en esa especie de ceremonia visual, Scarlett, en la que la miraba encandilado por esos ojos y esos labios, Scarlett, igual que mira ahora la azucarera que tiene enfrente en la bandeja de la funeraria.





5- Verona


No hay manos para llevar el cajón. Sauro vuelve a escuchar esta frase.


Sale de la cochería en busca de Verona, en busca de ese helado gigante, pegajoso, azucarado y bañado en toda su superficie con un chocolate adherido a la crema, aferrado como solo algo verdaderamente dulce lo puede hacer. Porque lo edulcorado siempre es resbaladizo, sin cuerpo, sin consistencia, lo edulcorado es solo esencia química de sabor. En cambio él va en busca de un disfrute arenoso para sus dientes, y mientras camina, ya empieza a sentir esa sensación, ese ruido entre las muelas, ese chirrido vital. Y aunque está pálido, registra de nuevo el movimiento de la sangre en sus venas, le parece que comienza a tener calor, que se pone colorado, y eso le da más fuerzas aún. Camina más rápido, y más rápido y busca la heladería con luces blancas de neón, busca las sillas plateadas de aluminio para sentarse afuera y llenarse de sacarosa y darse el gusto y reírse un poco de los nombres y las cosas.


Sauro está sentado tomándose un helado de frutilla y crema del cielo, todo, todísimo, bañado en chocolate real. 


A pesar del viento y la temperatura, ya no siente más frío. 


Muerde y mastica el crujido mismo de las frutillas, siente el adormecimiento de la lengua extasiada por el gusto del chocolate. El calor de las luces blancas de la heladería le ilumina el rostro, lo enciende por completo. Cierra los ojos para recibir mejor ese resplandor acompañando al sabor de la crema del cielo. Flota, liviano, sonriéndole a cada mordida, a cada bocado de helado. 


Fusionándose con los labios afrutillados de Scarlett, Sauro se  endulza lentamente. Saborea el azúcar de ese beso, entre imágenes de cucuruchos y luces de neón.



 

Sol Medina Boiko, 2021.



Aydoğdu


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