miércoles, 3 de noviembre de 2021

Giselle en Ventana a la escritura

 



CAPÍTULO UNO: Todo dorado.

 

 

Me enteré de la existencia de mi tía Greta por casualidad. 

Yo tenía ocho años y estaba en lo de mis abuelos, como todos los domingos. 

Mi abuela Esther y mi abuelo Hector vivían en la calle Pumacahua a una cuadra de Rivadavia, en Flores. En un departamento que, cuando entré por primera vez, me pareció tan raro. 

Ellos habían vivido siempre en una casa gigante, en Floresta.

Como ya estaban grandes la vendieron, porque daba mucho trabajo y tenía escaleras: la típica. Lo que pasó es que mudaron la casa tal cual: en ese primer piso de ciento cuarenta y siete metros cuadrados, quisieron meter todo lo que había en el casón de Emilio Lamarca. Y claro: quedó raro. Parecía un departamento disfrazado de la casa de mi abuela. 

Expresaba decorativamente realidades más profundas, como que mi abuela tenía todo dorado. 

Como que mi abuela era acumuladora serial de adornos sin sentido y muy muy feos. 

Como que en serio era compradora compulsiva: en la mudanza, me acuerdo que con mi mamá habíamos contado que tenía más de cien pares de zapatos y ropa como para poner dos negocios de ropa. Alguna ropa muy, muy fea. 

Tenía miles de cosas mi abuela, por todas partes cosas, era impresionante. 

Pasa que la casa anterior era tan inmensa que no se notaba. Había altillo, sótano, baulera, garaje, escritorio, placares infinitos de los que mi abuela sacaba cosas infinitas. En fin: miles de lugares donde esconder sus mambos. 

Bueno, la cosa es que yo tenía ocho años y estaba un domingo en la casa de mis abuelos, sentadita en el sillón rosa de terciopelo de Esther, mirando su mesa ratona dorada llena de portarretratos dorados y en una veo una foto de mis abuelos tipo a los cuarenta y pico de años con una piba de unos veinti, que evidentemente los cumplía ese día porque estaba ahí la torta y mi abuela la agarraba de los dos hombros a la vez como destacándola. Como que era ella la que cumplía años. 

Me imaginaba el momento en que Esther le pidió a alguien que saque la foto: 

 

​​​​​​Ahora hacemos una foto: Hetor vení, Hetor ponéte. Seguro que gritó mi abuela. 

 

Y Hetor fue y se puso. Para la foto, con mi abuela y la chica del cumpleaños que yo no tenía ni idea quién era pero me acuerdo que pensé: "wow: demasiada onda." 

Aunque la imagen era en blanco y negro, se notaba que su melenita carré era bien lacia y bien rubia. Tenía puesta un pollera negra, una blusa blanca con lunares negros sin mangas y un pañuelo en el cuello, que le hacía juego con todo. 

La chica de la foto miraba a la cámara y sonreía elegante , sobreviviendo con dignidad al dramatismo de mi abuela, que seguro le estaba clavando sus uñas largas y rojas en los hombros, como me las clavaba a mí en el brazo para cruzar la calle. 

En eso pensaba yo. Mi papá y su papá jugaban a las cartas en el escritorio. 

Mi abuela y mi mamá tomaban en té en el comedor dorado frente a mí. Fuí con el portarretrato:

 

​​​​​​—Abuela, ella quién es.



*

Giselle Bouso.

Fragmento de la novela en progreso. 

#Ventanaalaescritura


Foto: Anka Zhuravleva
#ankazhuravleva



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