La casa
Había pasado casi veinte años desde la última vez que Ernesto había ido a visitar el pueblo y casi veinticinco a la casa.
Después del funeral de sus padres, no le quedaban razones para volver.
Era un simple pueblito en la región pampeana, de no más de cuatro por cuatro cuadras, donde apenas vivían un puñado de personas, dónde el más joven tenía cincuenta años.
Mientras recorría con el auto las pocas cuadras del pueblo, las personas se acercaban a la ventanilla y lo saludaban con un beso.
Es que en los pueblos pequeños, todos se conocen como si fueran parientes.
Además el tiempo pasa más lento y para muchos realmente parecía que era ayer cuando Ernesto se había ido.
-¡Ernesto! ¿Cuando volviste? ¿Cómo andás querido?
-Ernesto por fin volviste ¿Viniste a ver cómo andan las cosas?
-Ernesto cuando quieras venite a comer unas torta fritas.
-Ernesto si te quedas hasta la noche, pasate por el club que va haber un partido de truco y también un asadito.
Él tuvo que detener el auto y bajarse para conversar con todos.
Comió las tortas fritas de Doña Emilce, se tomó unos mates con Don Joaquín, quién no dejó que se fuera sin que se llevara de regalo un chorizo casero, después, le prometió a Don Domingo que iba a ir al club esa noche para jugar al truco.
Sólo luego de pasar un tiempo con cada conocido, pudo retornar su viaje.
Recordaba el camino pero el paso de los años había alterado el paisaje, la mayoría de los atajos estaban totalmente cubiertos por pastizales.
Pudo oler el campo, ese olor a heno, a tierra seca y a bosta.
El ruido de las moscas, las abejas, las chicharras, el viento soplando con fuerza por un momento.
Unas vacas rumiando pasto al costado del camino observaban cómo el auto avanzaba con dificultad por el irregular terreno.
Por fin, pudo divisar la tranquera de la entrada a lo lejos, el guardaganado estaba bastante inclinado, así que lo tuvo que acomodar antes de pasar con el auto.
Estacionó debajo de un algarrobo, salió y miró en dirección a la casa de su infancia, pero se quedó impactado por la escena.
La casa, blanca, de ventanas verdes, con una hermosa huerta al costado, con árboles de eucalipto rodeándola, con una pequeña laguna, había desaparecido.
La laguna ahora de dimensiones extraordinarias, se había tragado la casa. Lo único que se veía en la superficie era la punta de la chimenea y las copas de los árboles completamente secas.
Se le hizo un nudo en la garganta.
Había planeado regresar una última vez, sólo por una razón: estaba decidido a vender el terreno y olvidarse de todo.
Para él la muerte de sus padres había sido un golpe muy duro.
Un día domingo lo habían invitado a almorzar tallarines caseros, pero él no quiso ir, como excusa dijo que estaba de guardia en la fábrica y nadie podía cubrirlo.
Ese mismo domingo su padre murió de un paro cardíaco.
Su madre murió al poco tiempo de tristeza.
Ernesto caminó hasta la orilla de la laguna, se podían ver enormes bagres nadando en el medio y varias plantas acuáticas.
Pero lo que realmente le llamó la atención fue que la casa, a pesar de estar completamente hundida en la laguna, parecía conservarse intacta.
Seguramente se lo estaba imaginando ¿Cómo era posible que se conservará en tan buenas condiciones después de estar abandonada por tantos años?
Decidió entrar en la laguna para verla de cerca.
Se sacó la camisa, los zapatos, se arremangó los pantalones hasta las rodillas, comenzó a caminar hasta el centro de la laguna, hasta que el agua le llegó al cuello, entonces respiró hondo y se sumergió por completo.
Abrió los ojos debajo del agua y vio lo que le había parecido en un principio.
La casa estaba impecable como cuando sus padres estaban vivos y la cuidaban.
Nadó hasta la entrada y cuando estaba girando la perilla para abrir la puerta, ésta se abrió.
Dentro de la casa estaba su padre, bien vestido, afeitado y feliz.
-Hijo, al fin viniste a visitarnos, te estábamos esperando para almorzar.
-¿Papá sos vos? ¿Estoy soñando?
-Y medio despistado sos pero no estás soñando.
-Papá lo siento tanto… -Dijo él y lo abrazó con fuerza.
-Hijo pareciera que me extrañaste mucho. Tu madre está terminando de amasar los tallarines andá a saludarla que se va a poner contenta.
-Pero papá vos y mamá…
-¿Ernesto sos vos? -La voz de su madre sonó con entusiasmo desde la cocina.
Él nadó hasta allí y la vio. Tenía las manos llenas de harina y la mesa repleta de tallarines.
-¡Hijo mío al fin viniste a almorzar! -Le dijo y le dio dos besos en los cachetes para saludarlo.
-Mamá te extrañe tanto -Le dijo abrazándola con fuerza.
De repente, Tony, el perro de sus padres apareció en la cocina jugando con un bagre.
Tony era un Border Collie que había muerto por jugar con una yarará.
-¡Tony, fuera de la cocina! ¡Panchito soltá esos tallarines!- Le dijo al bagre mientras lo espantaba con un repasador.
-¿Panchito?
-Son de terror esos dos, siempre quieren comer.
-¿Y cuánto falta para la comida? -Dijo su papá mientras se acercaba a la olla del tuco para mojar un pedazo de pan.
-Ya los cocino, si quieren pongan la mesa.
Ambos pusieron la mesa en el comedor y se sentaron a conversar.
-¿Papá sos feliz?
-¿Qué clase de pregunta es esa? ¡Claro que soy feliz! tengo una maravillosa familia y no me falta nada.
-¿Pero no hay ningún sueño que no hayas cumplido?
-Bueno… ahora que lo decis… quisiera tener un nieto.
-Pero papá...
-Es verdad, hijo, sólo me falta ser abuelo y entonces mi vida estará completa.
Le quiero enseñar a vivir en el campo, cuidar la huerta, cuidar las gallinas, ordeñar las vacas, pero sobre todo enseñarle a pescar. A vos nunca te interesó la vida rural ni la pesca.
-Cambié de opinión papá ¿Me enseñás a pescar?
Su padre se levantó de la silla y sacó una pequeña caja roja de un mueble.
-Mirá esta es la caja de pesca que me regaló tu abuelo, ahora es tuya, tenés cinco tipos de anzuelos, plomadas, líneas para mojarritas, unas tablitas de telgopor. la lata de carnada, estas líneas te sirven para los bagres, ahora, para pescar bagres el secreto está en...
-¡Ya están listas las pastas!
Su mamá apareció en el comedor con una enorme bandeja de fideos y salsa bolognesa.
Comieron hasta quedar muy llenos y después de almorzar hicieron la sobremesa.
Tony y Panchito aparecieron en el comedor para pedir las sobras y la mamá de Ernesto salió al patio para alimentarlos.
-Papá...yo...
-Hijo estamos preocupados por vos, últimamente te vimos muy triste. Por eso te invitamos a almorzar, queremos verte feliz.
-Papá ahora soy feliz, no me quiero ir, me quiero quedar acá con vos y mamá.
-Tenés que volver para formar tu familia, acordate de mi nieto y lo que hablamos.
Su madre entró en el comedor emocionada y lo abrazó.
-Hijo, te amamos y estamos orgullosos de vos. Ya nos veremos en otra ocasión.
-Mamá, papá, los quiero mucho.
Los tres se abrazaron, él cerró los ojos y respiró.
Cuando los abrió estaba recostado a la orilla de la laguna todo mojado, le dolían los pulmones y sentía que había tragado agua.
Miró dentro de la laguna en dirección a la casa, pero ya no era la misma que antes, estaba destruida y llena de moho.
Unas lágrimas le cubrieron los ojos.
Cuando ya era el crepúsculo, se vistió y volvió al pueblo.
Pasó por el club, como había prometido, jugó al truco, comió asado y disfrutó cada momento. Cuando se estaba despidiendo de todos, Don Domingo lo detuvo.
-Ernesto casi me olvido, esto es de parte de tu padre, para vos -Dijo mientras le entregaba una caja de pesca roja.
-Ernesto ¿Cuándo vas a volver? -Preguntó Don Joaquín.
-El próximo fin de semana -Dijo sonriendo.
Fin.
Carolina Ojcius, 2021.
Artista: #NicolettaCeccoli
No hay comentarios:
Publicar un comentario