En el último semáforo antes de llegar a casa, una mujer de unos cincuenta años se abalanzó sobre el auto para limpiar el vidrio delantero. Gonzalo buscó resignado unas monedas mientras la mujer procedía con una destreza mecánica y frenética que también tenía algo de solemne. Como hacía siempre en esos casos, Gonzalo le pasó las monedas a Vicente para que fuera el niño quien entregara la propina.
-No va a alcanzar -dijo Vicente, súbitamente interesado, pero la mujer alcanzó, claro, era su trabajo: terminó un segundo antes de que dieran la luz verde, y el niño extendió la mano para darle la propina. Ella lo miró con extrañeza, ofendida, no aceptó las monedas: sus enormes ojos comunicaban un profundo desconcierto.
Alejandro Zambra, Poeta chileno.
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