Olía triste. Nos llegaba la voz antes que el cuerpo, su voz
cansada por el bajo. Y en la callecita, esa voz se callaba, los
paraísos, para que la hilacha del cuerpo se detuviera atónita, se
quedara mirándonos esperarla, su renguera se llevaba bien con el
mentón.
Era tan triste esa llegada.
Y entonces no era una voz sino un velorio, un velorio con
inacabables migas de pan sobre la falda.
Arnaldo Calveyra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario