LA BELLEZA DIARIA
DEL SUICIDIO EN LA POSTMODERNIDAD
Una muerte por cada selfie,
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La Paz no existe en esta metafísica casera
¿qué es ver al sol, soñar con ser árbol?
Transparente en sus referentes aludidos,
el sueño cromo-mágico de ser uno o todos,
a la vez, nadie.
Oh, intemperie.
Reina del saber.
Silencio.
Impenetrable,
la confesión se suicida ante sus maestros y renace lúcida,
sin ningún cuerpo, sin arma,
en ninguna jerarquía,
en ningún yo histórico,
en la negación del peso geográfico,
un volcarse ante el lector casto
(o castrado por la perpetuidad),
un neonato hecho con sombras
en una ambulancia.
Alguna vez, alguna carabela lenitiva trajo cera y llanto
al puerto.
El vómito iconoclasta de la hermenéutica aparente,
recurso fácil que los poetas malgastamos y
reutilizamos en reciclaje,
para volvernos un miércoles de ceniza,
soledades de parientes muertos.
¡Ah!
Asia fatal,
eterna y sublime,
maestra de todas las sinfonías…
Ya no nos observan, pero salen presbíteros de sus rostros trágicos,
para declararnos infaustos, plurales y casi vitalicios;
para entender la elíptica inerme del gnosticismo
sagrado,
es el que eyacula la palabra seminal sobre cualquier religión y mercadotecnia.
Oh luz,
nos empuja a la libertad de un, siempre abierto,
abrazo de madrina, ante lo inconcluso y
en constante creación.
Cada día alguien te mira y se enamora de ti.
Lo inacabado es lo único perfecto.
Julia Wong.
1 comentario:
Precioso!
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