Cosas que aparecen
Se conocieron mientras miraban ese fenómeno extraño que es la luna roja levantándose sobre el río.
Él dijo - Pedro.
Ella dijo - Lucía.
El contexto se fue borrando, no solo porque la luna se hiciera más chica y más blanca.
Ella dijo - Veintiuno.
Él dijo - Me divorcié hace cinco meses.
En la casa de Pedro había un mundo. El que Lucía quería.
Horarios cambiados. Hojas de libros subrayadas y pinchadas en la pared. Fotos en la misma pared. Pedro desde Tihuanako hasta Moscú. Frasquitos raros. Objetos raros para hacer música. Música. Noches sin dormir.
La primera vez que Pedro viajó, Lucía recibió una carta de escritura circular encerrada en una pera gigante. Ese espiral de letras le contaba su amor. Lucía tenía que resolver qué hacer con eso sin nombre. Alguien había hecho posible que naciera otra, pero ese mundo, aparentemente propio, se perdía sin Pedro.
Él dijo - Quedate unos días. Ella dijo - No puedo.
El mundo propio se volvía ajeno. Empezó a entender que había que ser valiente para el amor, pero le costaba. Fue más fácil el reclamo.
Ella dijo - Me da vértigo que no me lo digas.
Él dijo - No puedo decirlo todo el tiempo.
El vértigo se llenó de esperas, de viajes, de gente, de esperas, de ruido, de soledades, de esperas.
Se enredaron tanto que un día antes de irse Lucía escribió sos un miserable en el espejo. Se buscaron, se engañaron, se lastimaron, se reencontraron, se mezclaron.
Ella dijo - ¡Basta! Él dijo - Te amo. Ella también lo dijo.
Elisabeth Fontana, 2023.
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