De niños no debemos
dibujar en las paredes
es como una ley, la respetamos.
Sin embargo, cuando el agobio
del sol derrite la brea
en las junturas de cerámica
agarramos un palo y esparcimos
la tinta negra sobre las baldosas.
Es una forma de hacer inmortal
nuestro trazo tembloroso.
Recuerdo cuando rellenaron
con hormigón el pavimento
y escribimos nuestros nombres
en el puente del garage.
Viví en muchos otros lugares
pero, nunca me fui de ahí.
El ejercicio de la mudanza
es un trazo indeleble en la hoja blanca,
y mi nostalgia una herida a combatir,
un insulto balbuceado sin convicción.
Cada una de esas habitaciones
incluida la tuya, incluida la de él
fue mi casa.
Prometo amar la alteridad
de cada cuarto vacío.
Andrea Marone.
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