jueves, 19 de septiembre de 2013

"La vergüenza", por Victoria Soler


Penny Sipois


La vergüenza

¿Dónde sentimos la vergüenza? ¿En el rostro? ¿En las mejillas hirviendo sabiendo que todos ven nuestra cara roja y nuestras manos pálidas? En un baño público que no cierra bien la puerta, en la mesa familiar con una pregunta incómoda sobre mi sexualidad, en la facultad donde me ponen en evidencia mi falta de estudio, de compromiso, de inteligencia. La vergüenza está en todos lados. Está en el sexo opuesto cuando sonrío demasiado dando lugar a que él otro imagine. Está en las de mi sexo cuando me acerco demasiado pronto y vuelvo física o adolescente una nueva amistad, inadecuada para una “señora”. Está en la falta de sexo. Está cuando se enteran de mi falta de sexo. Está en el exceso de sexo cuando lo relato con naturalidad. Está en la cara de horror de las otras personas que me escuchan y quieren saber más y yo ya no tengo ganas de abrirme más. La vergüenza hierve la sangre de la cabeza y la metemos en un agujero bajo tierra para enfriarla. La vergüenza nos deja mudos, estáticos, como la pausa de la videocasetera, esperando que nadie haya visto lo que vio, o está por venir. La vergüenza está en la playa, cuando hay que exponer el cuerpo, estrenar una malla mojada, que seca nos quedaba bien, cuando las otras muestran su cuerpo al lado del mío, cuando las otras muestran sus bronceados y sus trajes de baño, cuando ellos me miran y las miran. La vergüenza está cuando la ola me baja el bretel de la bikini y se me ve un pecho, y crece cuando veo a mi primo que me está mirando el pecho y en realidad, ve una teta. La vergüenza aparece con mi jefe, con mis profesores, con mis amigas, con mis novios, con mis compañeras de trabajo, con el chico lindo del trabajo, con el vendedor de la librería, con mi papá, con mis suegros, con mi profe de gimnasia, con el taxista. La vergüenza nos atrapa y nos dice que estamos equivocados, que no somos perfectos, lindos, altos, rubios, genios, puntuales, increíblemente graciosos y deseables, envidiables y amables. La vergüenza se mira en el espejo del otro. Si estoy sola no aparece, no hay vara para medir. La vergüenza se sumerge en el mundo oscuro, baja la mirada para pasar desapercibida y rezar para que todos se olviden de lo que acabo de confesar, de que me encontraron eso en la cartera, de que me escucharon cuando me tiré un pedo, de que no me sé la respuesta. ¿Dónde siento la vergüenza? En los ojos del otro. En el cuerpo ajeno.

Victoria Soler.

Texto producido en los Talleres de Siempre de Viaje a partir del Club de Lectura de Silvina Ocampo.




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