miércoles, 18 de septiembre de 2013

Virginia Janza en la Tercera Edición del PiP


Compartimos un fragmento de la novela inédita de Virginia Janza

Leído en la tercera edición del Proyecto Invierno Pasional en El Quétzal


Alfonsina se había sacado la campera y parecía una ninfa del bosque, chiquita y frágil. 
Caminaron internándose más y más en lo oscuro. Casi no se escuchaban sonidos. Estaban solos, nadie podía verlos.
—Alfonsina.
Él la llamó como si estuviera probando las letras. Afirmándolas, saboreándolas. Le acercó la boca para que ella también las sintiera, el dulce ácido de la A, la explosión jugosa de la F, el amarillo pálido de la I. Era una sensación nueva y Alfonsina se dejó llevar. Casi nadie, desde que su madre había muerto, la llamaba por su nombre completo. Y nadie lo hacía con intensidad, sintiendo cada letra de ese sonoro nombre que para ella cargaba una condena. La condena del suicidio de su antecesora. Porque lo que su madre siempre había creído un privilegio, evocar a una de las grandes poetas de la literatura argentina, la comadrita chillona que perturbaba a Borges y a los machistas conservadores del momento, para Alfonsina era una cruz. ¿Su madre acaso no sabía que Alfonsina Storni había sido eternizada no como una feminista, o una pionera en la independencia femenina, sino como una loca más que se suicidaba dramáticamente?
El beso de Bustamante se depositó en su lengua, en su garganta, en la boca del estómago. Alfonsina sintió cómo una burbuja que tenía estacionada hacía rato en el pecho, de pronto, se dispersaba. Mareada, como si algo la empujara hacia atrás, con las piernas flojas, Alfonsina se desprendió del abrazo y salió caminando sola por el bosque. Necesitaba aire. Estaba recuperando la visión lentamente, pero todavía no distinguía bien los contornos, los colores y las formas aún se mezclaban a su alrededor. 







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