Un viejo paseo por las calles del barrio de mi
infancia, abrió las puertas para pensar el tono que alcanzan las
palabras pronunciadas por primera vez, esas que me acompañaron
siempre y aún están allí, en el umbral de la vieja puerta un poco
hinchada por el tiempo. En aquella vereda pude desplegar mis primeros
dibujos, mientras comía caramelos de colores. En estas imágenes
perfumadas con aroma a niñez, se hace presente un estilo.
Recuerdo, de este modo, unas grandes macetas de
piedra en las que solía esconderme para ver el patio desde otro
ángulo y digo patio y digo el mundo en pequeña proporción. El
verde y el grosor de las hojas en el invierno y las delicadas
flores de la primavera, han creado jardines en mí.
Luego, el chocolate con galletas grandes como mi
cara, esperando hundir mi amor hasta el fondo, hasta el lugar más
amasado por mi cariño hacia un pájaro azul, dejando caer las migas
amarillas de unas vainillas frescas, que más tarde recogí para ver
quién he podido ser. Soplar hasta el cansancio pelusas de distinto
tamaño, dejándolas volar cada vez más alto, para salir en otro
tiempo a buscarlas, esperando encontrar más aire que empuje mis
sueños.
De este mundo pequeño, las palabras del poema
crecen sin olvidar los colores ni las vainillas, agigantando el amor
con olor a sopa nueva, ahora hecha por mis manos, que aún recuerdan
el color de las zanahorias y el ruido de una bolsa llena de verduras.
Gabriela Oyola, 2014.
Texto producido en los talleres de Siempre de Viaje.
Gabriela Oyola leyendo en el Matienzo |
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