jueves, 22 de mayo de 2014

Gabriela Oyola - Minuto Magdalena


Un viejo paseo por las calles del barrio de mi infancia, abrió las puertas para pensar el tono que alcanzan las palabras pronunciadas por primera vez, esas que me acompañaron siempre y aún están allí, en el umbral de la vieja puerta un poco hinchada por el tiempo. En aquella vereda pude desplegar mis primeros dibujos, mientras comía caramelos de colores. En estas imágenes perfumadas con aroma a niñez, se hace presente un estilo.
Recuerdo, de este modo, unas grandes macetas de piedra en las que solía esconderme para ver el patio desde otro ángulo y digo patio y digo el mundo en pequeña proporción. El verde y el grosor de las hojas en el invierno y las delicadas flores de la primavera, han creado jardines en mí.
Luego, el chocolate con galletas grandes como mi cara, esperando hundir mi amor hasta el fondo, hasta el lugar más amasado por mi cariño hacia un pájaro azul, dejando caer las migas amarillas de unas vainillas frescas, que más tarde recogí para ver quién he podido ser. Soplar hasta el cansancio pelusas de distinto tamaño, dejándolas volar cada vez más alto, para salir en otro tiempo a buscarlas, esperando encontrar más aire que empuje mis sueños.

De este mundo pequeño, las palabras del poema crecen sin olvidar los colores ni las vainillas, agigantando el amor con olor a sopa nueva, ahora hecha por mis manos, que aún recuerdan el color de las zanahorias y el ruido de una bolsa llena de verduras. 

Gabriela Oyola, 2014.
Texto producido en los talleres de Siempre de Viaje.

Gabriela Oyola leyendo en el Matienzo

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