El miedo y el lobo
Anita sueña cada noche el mismo
sueño: siempre el miedo y el lobo.
Se despierta temblado mientras
escucha antes de tiempo lo que van a decir los grandes: los
lobos feroces no existen, las hadas te cuidan mientras dormís, el
ángel de la guarda te protege.
Pero ellos no saben lo que Anita
sueña, solamente repiten palabras que se desinflan antes de tocar el
aire.
El lobo camina sigiloso. Avanza
entre los cuartos de la casa como una pluma y llega hasta el
dormitorio de los padres.
Primero se come a la mamá, después
al papá, también a su pequeña hermana.
Saciada el hambre, entra en su
habitación.
Se sienta a los pies de la cama.
Protegida por la frazada, Anita
puede ver la silueta del lobo, escuchar el ruido de su lengua
barriendo los restos de familia que quedaron en el hocico.
Su cuerpo es un temblor y puede
adivinar el goce del lobo aspirando su miedo.
El miedo al lobo sentado a los pies
de la cama.
La agonía insoportable de saber que
él no va a comerla. Que va a quedarse allí. Paciente y lujurioso,
mientras dure la oscuridad del sueño.
José Lupia, 2015.
Texto producido en los talleres de Siempre de Viaje.
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