viernes, 17 de julio de 2015

No hay día * Juanpi Ortigosa

No hay día que odie más que los domingos, es como si fuera un mundo distinto, un mundo de desesperación. No me dejan hacer nada que me guste, siempre tengo que hacer lo mismo. La única forma de salvarme es que me pongan un partido, cosa que pasa una vez por año. Los otros 51 domingos… A comer a lo de mi tía.
¿Vieron esas típicas viejas chetas que se creen de 25 y tienen más antiguedad que Mirtha Legrand? Bueno, esa es la mejor forma de describir a mi tía. No es mala onda, solo es insoportable. Su maquillaje como si fuera el Guazón, y esos brillos que lleva en la ropa que alumbran la casa como una bola disco, me causan nauseas.
Pero eso no es lo que me molesta de ir a comer con ella, es su risa. Ese momento cuando un ruido increíblemente perjudicial para la salud, el alma, los sueños, todo, sale de su boca, parece Cruela de Vil después de capturar a los dálmatas. Ya bastante con que trata de hablar como una pendeja de mi edad, sino fuera por esa risa creo que no me causaría tanto rechazo.
Y lo más gracioso, es su perro. Es de esos perros que entran en las carteras, parecido a un chihuahua pero con mucho más pelo. Es su “coshita chiquitititititita”, y mi pesadilla. Lo trata como si fuera una persona, un bebé (y eso que tiene 8 años perro, es decir, unos 56 de persona más o menos). Le da de comer en la boca, con cuchara si es su sopita y con tenedor si es su carne importada especial para perros. Se enoja si lo tratan mal y, cuando yo quiero jugar con él, no lo deja porque “tiene que hacer la digestión” o su “bebito va a lastimarse”.
Por si dudan de mí, les dejo una foto de ella, espero no se asusten y no se rompa la pantalla de su celular.

Saludos, Juanpi



Juanpi Ortigosa, 2015.
Texto producido en los talleres de Siempre de Viaje.

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