No hay día que
odie más que los domingos, es como si fuera un mundo distinto, un
mundo de desesperación. No me dejan hacer nada que me guste, siempre
tengo que hacer lo mismo. La única forma de salvarme es que me
pongan un partido, cosa que pasa una vez por año. Los otros 51
domingos… A comer a lo de mi tía.
¿Vieron esas
típicas viejas chetas que se creen de 25 y tienen más antiguedad
que Mirtha Legrand? Bueno, esa es la mejor forma de describir a mi
tía. No es mala onda, solo es insoportable. Su maquillaje como si
fuera el Guazón, y esos brillos que lleva en la ropa que alumbran la
casa como una bola disco, me causan nauseas.
Pero eso no es lo
que me molesta de ir a comer con ella, es su risa. Ese momento cuando
un ruido increíblemente perjudicial para la salud, el alma, los
sueños, todo, sale de su boca, parece Cruela de Vil después de
capturar a los dálmatas. Ya bastante con que trata de hablar como
una pendeja de mi edad, sino fuera por esa risa creo que no me
causaría tanto rechazo.
Y
lo más gracioso, es su perro. Es de esos perros que entran en las
carteras, parecido a un chihuahua pero con mucho más pelo. Es su
“coshita chiquitititititita”, y mi pesadilla. Lo trata como si
fuera una persona, un bebé (y eso que tiene 8 años perro, es decir,
unos 56 de persona más o menos). Le da de comer en la boca, con
cuchara si es su sopita y con tenedor si es su carne importada
especial para perros. Se enoja si lo tratan mal y, cuando yo quiero
jugar con él, no lo deja porque “tiene que hacer la digestión”
o su “bebito va a lastimarse”.
Por si dudan de
mí, les dejo una foto de ella, espero no se asusten y no se rompa la
pantalla de su celular.
Saludos, Juanpi
Juanpi Ortigosa, 2015.
Texto producido en los talleres de Siempre de Viaje.
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