Et qui le soleil pour installer
le
royaume de la nuit noire.
ARTAUD
La mayor obsesión de Erzébet había sido siempre alejar a cualquier precio la vejez. Su total adhesión a la magia
negra tenía que dar por resultado la intacta y perpetua conservación de su "divino tesoro". Las hierbas mágicas,
los ensalmos, los amuletos, y aún los baños de sangre, poseían, para la condesa, una función medicinal:
inmovilizar su belleza para que fuera eternamente comme un rêve de pierre. Siempre vivió rodeada de
talismanes. En sus años de crimen se resolvió por un talismán único que contenía un viejo y sucio pergamino en
donde estaba escrita, con tinta especial, una plegaria destinada a su uso particular. Lo llevaba junto a su corazón,
bajo sus lujosos vestidos, y en medio de alguna fiesta lo tocaba subrepticiamente. Traduzco la plegaria:
Isten, ayúdame; y tú también, nube que todo lo puede. Protégeme a mí, Erzébet, y dame una larga vida. Oh
nube, estoy en peligro. Envíame noventa gatos, pues tú eres la suprema soberana de los gatos. Ordénales
que se reúnan viniendo de todos los lugares donde moran, de las montañas, de las aguas, de los ríos, del
agua de los techos y del agua de los océanos. Diles que vengan rápido a morder el corazón de... y también
el corazón de... y el de... Que desgarren y muerdan también el corazón de Megyery el Rojo. Y guarda a
Erzébet de todo mal.
Los espacios eran para inscribir los nombres de los corazones que habrían de ser mordidos.
Fue en 1604 que Erzébet quedó viuda y que conoció a Darvulia. Este personaje era, exactamente, la hechicera
del bosque, la que nos asustaba desde los libros para niños. Viejísima, colérica, siempre rodeada de gatos
negros, Darvulia correspondió a la fascinación que ejercía en Erzébet pues en los ojos de la bella encontraba una
nueva versión de los poderes maléficos encerrados en los venenos de la selva y la nefasta insensibilidad de la
luna. La magia negra de Darvulia se inscribió en el negro silencio de la condesa: la inició en los juegos más
crueles; le enseño a mirar morir y el sentido de mirar morir; la animó a buscar la muerte y la sangre en un
sentido literal, esto es: a quererlas por sí mismas, sin temor.
Alejandra Pizarnik, La condesa sangrienta.
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