miércoles, 6 de julio de 2016

El remar termina* Anne Sexton




Estoy amarrando mi barca de remos
al muelle de la isla llamada Dios.
Este muelle está hecho en forma de pez
y hay varios botes amarrados
en varios muelles diferentes.
“No importa”, me digo,
a pesar de las ampollas que estallan y se curan
y estallan y se curan
salándose a sí mismas una y otra vez.
Y la sal se me pega a la cara y los brazos como
una piel de goma salpicada de granos de tapioca.
Me saco a mí misma de mi barca de madera
y me derramo sobre la carne de La Isla.
“¡Vamos, ahora!”, dice Él y así
nos agachamos en las rocas junto al mar 
y jugamos —¿Puede ser verdad?—
una partida de póquer.
Él me llama.
Gano porque llevo una escalera real.
Él gana con cinco ases.
Un comodín ha sido anunciado
pero yo no lo había oído,
estando en tal estado de sobrecogimiento
cuando Él sacó las cartas y dio.
Mientras Él colocaba Sus cinco ases
y yo irradiaba sobre mi escalera real,
comenzó a reírse,
la risa le rueda como un aro de Su boca
y dentro de la mía,
y tal risa que Él se dobla sobre mí
riéndose en gritos de júbilo sobre nuestros dos triunfos.
Entonces río, este muelle sospechoso ríe,
el mar ríe. La Isla ríe.
Lo Absurdo ríe.

Mi querido repartidor de cartas,
yo con mi escalera de color,
te amo junto con tu comodín
ese indomable, eterno, resuelto ha-ha
y amor feliz.




Anne Sexton, El horrible remar hacia Dios

William Turner

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