Cuando quisiste abejas nunca pude
imaginar
que eso significaba que tu Papá surgía
del pozo.
Fregué la vieja colmena y tú la
pintaste,
blanca, con flores y corazones carmesí
y azules pájaros de dicha.
Así te convertiste en la abadesa
del convento de las abejas.
Pero cuando te pusiste tus distintivos
blancos,
el velo, los guantes, no pude adivinar
que se trataba de boda.
Aquel tiempo de mayo, en el huerto,
aquel verano,
los castaños cálidos, temblorosos, se
inclinaron hacia nosotros,
sus grandes y enguantadas manos
haciendo de nuevo su ofrenda
que nunca supe cómo aceptar.
Pero tú te inclinaste sobre tus abejas
como te inclinabas sobre tu Papá.
Tu página un oscuro enjambre
agarrado por una flor iluminada.
Tu Papá y tú en el corazón del
enjambre
pesabais cobre tu cuello delgado.
Vi que te había dado algo
que te raptó en una nube de guturales-
La tormentosa nube de tus yoes
inclinándose en tu melena dorada.
No querías que me marchara pero tus
abejas
tenían sus ideas propias.
Querías la miel, querías aquellas
grandes flores
cuajadas como la leche primera, y
también la fruta como los bebés.
Pero el orden de las abejas era
geométrico-
Los planes de tu Papá prusianos.
Cuando la primera abeja tocó mi pelo
tú ya mirabas la gruta del trueno.
Aquella exploradora se enmarañó,
luchó y picó-
Marcaba un objetivo.
Y fui alcanzado como una liebre, con un
tiro en la cabeza,
por silbantes balas planas iluminadas
por el sol,
mientras las abejas implantaban sus
voltios, sus electrodos de choque,
en el logrado objetivo.
Tu rostro quería salvarme
de lo que estaba decidido ya.
Te precipitaste a mí, apartando el
velo de la edad del sueño,
quitándote los guantes a prueba de
fantasmas.
Pero mientras estuve ahí, donde creía
estar a salvo,
quitándome del pelo a zarpazos
pegajosas abejas destripadas,
otra abeja solitaria, como una flecha
ciega,
planeó por lo alto de la casa y
lanzándose en picado
se encerró en mi frente reclamando que
viniera
más ayuda, que vino-
Fanáticas de su Dios el Dios de las
Abejas,
tan sordas a tus súplicas como las
estrellas inmóviles
en el fondo del pozo.
Ted Hughes, Cartas de cumpleaños.
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