Era de noche, una de esas
en la que la luna sonreía, miraba esa mueca sentada en la arena. El
mar estaba calmo, hacia calor, corría un vientito lindo y gracias a
esa luna había claridad. Mientras yo observaba, él estaba
intentando hacer una fogata, traía troncos, maderitas, se movía de
un lado al otro. Cruzada de piernas en la mantita observaba su
ejercicio, él no quería mi ayuda. Después de un rato, se sentó
algo cansado al lado mío, sin haber podido prender el fuego. Era
nuestro primer finde solos lejos de la rutina, de nuestras casas y
todo nos salía mal.
En eso entre enojado y
triste empezó, yo a las carcajadas. Él no entendía, me miraba, en
una de esas preguntó: “¿De qué te reís?” Le conteste:“ Amo
cuando puteas así, de eso me río”. Él hizo una mueca, percibí
su enojo y deje de reirme. Él era muy temperamental, y yo me tomaba
las cosas de otra manera, entonces chocabamos.
Pensé que iba a irse,
entonces tomé su mano, él me la sacó. “¿Estás enojado
conmigo?”, le pregunté, hubo un silencio, “¡Que se vaya a cagar
todo!” Él río, yo volví a reír. Me observó, con sorpresa
preguntó “¿Ahora de qué te reís?”. Seguía tentada y
contesté: “De tu risa jaja.”
La tensión desapareció,
él me agarró la mano, miraba al piso. Me acerque, lo besé en el
cachete, fui avanzando hasta llegar a su boca. Nos abrazamos, me
estrechaba muy fuerte, fuímos recostándonos en la arena hasta
quedar tendidos.
Entre besos se descubrió
el torso, con el pecho abierto como una mariposa, pude divisar una
cicatriz, una línea que iba de su tetilla a su mentón. Roce mis
dedos con su piel, él se estremeció, seguí esa marca que me
atrapaba, era una hendidura poco profunda, casi como una flor
invertida. Se abrió mi boca, acaricié con mi lengua su pecho, iba
siguiendo el camino. Besé la comisura del labio, mordí y algo
afloró. Gotas de agua, corrían por nuestros cuerpos, pequeños
diamantes luminosos que dejaban una estela alrededor.
Mariel Fini, 2016.
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