Verde
oro, con plumas color amarrillas, rojo sangre, fucsia fluorescente.
Es pequeño pero cuando despliega sus alas se come al mundo. Vuela,
con una elegancia acrobática, por toda mi casa. Recorre las
habitaciones y suele entonar melodías bellísimas en pleno
revoloteo. Cuando se detiene, habla.
¿Cómo
un pájaro con semejante ímpetu y destreza puede volverse tan odioso
cuando usa la palabra?
Es
un crítico serial. Con voz aguda, usando un tono de militar. Repite
todo el tiempo lo mismo en tono de queja, lo
hacés todo mal, cómo podes permitir eso, vas derecho a la ruina, yo
te lo dije, no podés, no sabés.
Usa
el humor en los momentos menos precisos. Hace chistes sexistas,
groseros, desubicados y se tienta de risa solo.
Su
belleza es enorme, sus palabras lo vuelven odioso. Debo confesar que
varias veces intenté dejar la puerta abierta para que se vaya, no
comprarle su alimento o dárselo en mal estado, escuchar música todo
el día para no oírlo.
Cada
vez que lo alejo él vuelve peor que antes, repitiendo lo mismo. Como
si nada.
Hay
días que descansa, otros está insoportable. Aprendí a tolerarlo, a
convivir con él. A ser inmensamente feliz cuando duerme o vuela.
Mariana Avendaño, 2016.
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