Existir no existiendo era algo muy complejo. Iba empeorando cada vez más. Un día de inflexión opté por actuar. Pensé en el origen del hombre, en el origen de la vida. Allí tenían que estar mis respuestas.
Armé un pequeño bolso con lo que consideraba necesario: ropa, papel, lápiz y dos libros. Agarré todos mis ahorros y me fui al aeropuerto. Compré el pasaje y sólo dije: África.
Presté atención al paisaje por debajo, desértico por momentos, verde y agua por otros.
Al llegar estaba muy cansada. No sabía del todo a donde iba, ya nada importaba. Una española con la cual había intercambiado unas palabras en el avión, me comentó que iría a acampar cerca de un río. Opté por seguirla.
La ida hasta el campamento fue tediosa. Tuvimos que tomarnos más de cuatro colectivos. No entendíamos nada de lo que nos decían. Solo aceptábamos con la cabeza y entregábamos el dinero al subir. Algunas mujeres intentaban comunicarse con nosotras con señas, la española les respondía. Yo miraba por la ventana, una mueca similar a una sonrisa comenzaba a dibujarse en mi cara.
Llegamos empapadas en sudor. El calor era agobiante, seco, mi cuerpo no estaba acostumbrado. El viento cálido y escaso. La española se quejaba, a mi no me parecía mas que un accesorio. Lo importante era otra cosa.
Las carpas estaban rodeadas de pocos árboles, milenarios, que nos miraban con desconfianza. A lo lejos se divisaban pastizales, parecían no tener fin. El amarillo predominaba. El sol tenía vida. Las nubes estaban ausentes en el extenso cielo.
Nos ofrecieron algo de tomar. La bebida más exquisita de mi vida. Mi sed fue saciada.
El tiempo parecía no existir en esas tierras: todo sucedía a un ritmo propio.
Comenzó a anochecer. Ese sol vivaz nos iba despidiendo de a poco, mientras el cielo se tornaba rosado y el lucero entraba en escena. Vimos como desde el horizonte comenzaba a aparecer ella, se elevaba cada vez más. Iluminaba todo el pastizal. Nos iluminaba. A mí más que a nadie. Sentí que su luz penetraba toda mi persona hasta revivir algo que creía estaba muerto. Mis comisuras se habían contraído de tanto regocijo.
Entendí. Allí y en ese instante. Estaba donde todo comenzó.
Mercedes Marcer, 2016.
Texto producido en los talleres de Siempre de Viaje a partir de la lectura de poemas de Sueño con África de Alain Lawo-Sukam.
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