Anoche soñé con vos.
Caminaba por una playa.
La arena se incrustaba en mis pies descalzos. Los granos gruesos
dolían. La oscuridad reinaba. Grité un nombre distinto al tuyo. No
era a vos a quien buscaba.
Él no aparecía.
Desesperación: el
miedo nutría todas mis células. Frío, lluvia, susurros
desconocidos. Quería correr pero los músculos no obedecían,
necesitaban de él para moverse.
Mis extremidades
comenzaron a ser atadas con sogas invisibles. Intenté un grito que
se perdió en el aire. Lluvia de cuchillos. Olí la sangre,
discurría. Giré la cabeza hacia un costado, el autor de la masacre
miraba indiferente.
Cerré los ojos.
Tus manos fueron el
rescate. Desatabas todos los nudos, suturabas cada incisión. No
había pasado el tiempo en tu rostro. Esos ojos compasivos, esa
sonrisa con la que nos despedimos hace cinco años.
La arena ya no dolía. Podía oír el mar. El sol entró en escena. Había luz, había claridad. Un abrazo igual que el de nuestro comienzo puso fin al sueño.
La arena ya no dolía. Podía oír el mar. El sol entró en escena. Había luz, había claridad. Un abrazo igual que el de nuestro comienzo puso fin al sueño.
Te reviví para
convencerme: Valgo.
Mercedes Marcer, 2016.
Texto producido a partir de la lectura de Fragmentos de un discurso amoroso, de Roland Barthes.
Mercedes Marcer, 2016.
Texto producido a partir de la lectura de Fragmentos de un discurso amoroso, de Roland Barthes.
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