Algunas palabras aparecen en mi vida distintas cada tanto. Un día, se me presentan brillantes.
Me ha pasado: palabras que me rondan, me chistan. Me hacen luces.
Fuimos a almorzar. Ahí estaba esperando; mi palabra vibrante, en la etiqueta de la botella:
— Mirá cómo se llama el agua, dije yo.
— “Persona”, leyó Gala.
Aunque le pareció llamativo, no le dio importancia.
Le pasó de largo, se le metió de nuevo en el huracán ultra-veloz e infinito de las palabras ya pronunciadas.
En cambio a mí, se me quedó pegada. “ P E R S O N A ”, intenté repetir para adentro mientras miraba de nuevo la etiqueta azul y mi palabra-persona parecía saltar del plástico.
Y me sentí sola. Y me sentí agarrada, de la mano de mi palabra.
Me vi simple persona. A mi alrededor, las cosas recortadas. Cada objeto, cada ser.
Yo misma. Recortada por los bordes con una tijera inexacta, humana. Pegada. Ahí, en mi sillita de exterior del puestito de la playa.
Toda collage.
Soy simple: adentro mío hay un mundo.
Era el primer silencio desde que habíamos llegado.
Verde - plateado- oscuro.
Blanco - espuma.
Arena - playa.
Brasil.
Gala se había dormido, con la gorra Nike puesta, en la reposera. Me alegré, podía leer:
Página 58:
Voy a hablar de la palabra persona, que la palabra “persona” recuerda.
Yo estaba leyendo a Clarice Lispector en Río de Janeiro.
Era una palabra latiendo. Se volvió criatura posada en mi hombro.
Giselle Bouso, 2017.
Texto producido en los Talleres de Siempre de Viaje.
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