Los
50 segundos más rápidos son los que pasan en el ascensor de este
gigante. Desde abajo uno se desnuca para encontrar la cima, 61 pisos,
300 metros, recorridos en un instante.
Se
abren las puertas y está el cielo, a lo lejos, con las montañas de
fondo, borrosas por la niebla. Uno, dos, tres pasos, y todo toma
claridad. De a poco van apareciendo edificios, casas, plazas,
elevándose desde el piso. Seguís caminando, hasta que te chocás
con el cristal.
Lo
tocás, para asegurarte de que no vas a caerte, y mirás hacia abajo.
Te invade una sensación de miedo y tranquilidad. Por ese vértigo
repentino que genera la altura, y por la gente, viviendo su vida, no
se imaginan que haya alguien contemplándolos desde arriba.
Pasados
esos instantes de gente y autos, de ponerse en su lugar, comenzás a
caminar, a dar la vuelta, y descubrís nuevos paisajes, distintos
entre sí, pero que se complementan a la perfección. Acumulaciones
de árboles que simulan un bosque, parques gigantes donde no podés
distinguir si los que ves en los juegos son niños o adultos. Grandes
barrios hogareños, con casas que parecen iguales, intercaladas con
zonas residenciales de incontables edificios, uno al lado del otro,
de alturas totalmente variadas. Más casas en el medio, escondidas,
como si no quisieran que las viéramos.
Creés
que la ciudad termina cuando vez el cerro San Cristóbal. Te distrae
tanto su belleza, con casi tanta altura como la tuya, ocupando
prácticamente todo el paisaje. A lo lejos se observan, como pequeñas
hormigas entrando a un hormiguero, a los teleféricos que van de un
lado a otro, hasta la cumbre. Ahí te saluda la virgen, tan pequeña
que parece un arbusto de roca blanca y uno se quedaría sin saludarla
si no sabe que en ese lugar reposa.
Te
hipnotizás viendo un verde interminable, y seguís el cerro, para
ver hasta dónde llega, pero se pierde en la cordillera. En ese
momento notas que, detrás del San Cristóbal, algo se asoma, el
resto de la ciudad. Ya a una distancia donde es imposible diferenciar
entre casas y edificios, donde las personas son invisibles.
Seguís
caminando, esperando ver más, y para cuando te das cuenta, estás en
tu lugar de partida. No sentís pasar el tiempo, el miedo desaparece.
Ahora no por la gente, sino por la ciudad, por ese hermoso paisaje
donde podés encontrar cualquier cosa, siempre, con las montañas en
el fondo, borrosas por la niebla.
Juanpi Ortigosa, 2017.
Producido en los Talleres de Siempre de Viaje.
1 comentario:
Enhorabuena juanpi!! Sigue asi y seras un gran escritor. Estas re grande che, salu2 a la flia!
Publicar un comentario