Teoría del agujero pegajoso
Se llama por ejemplo Ramón, y lleva el nombre pegado lo mismo que todo lo demás, lo que la gente ve de él y lo que él mismo ve de él. Pocos saben que en realidad Ramón es un agujero pegajoso, a nadie le resulta fácil imaginar semejante objeto. Hasta los quince años no hubo nada, es decir que había solamente agujero rodeado de amor materno y tricotas y tablas de aritmética y partidos de fútbol. Entonces alguna mañana al despertarse el agujero tuvo, cosa rara ciertamente, una especie de entrevisión de sí mismo, se cayó en sí mismo como dice el profesor de Bahía Blanca plagiando al de Friburgo, y se dio cuenta de que había que hacer algo para no reventar como una pompa de jabón. Por un acto que no deja de tener su mérito, el agujero se volvió pegajoso en su borde externo, la pompa de jabón atrapó primero unas pelusitas del aire, después a elegante costumbre de fumar tabaco inglés en un sitio donde los otros fumaban picadura, y el nombre de Ramón, fluctuante hasta entonces porque era como un sinónimo del agujero, empezó a pegarse firmemente, se rodeó de una chaqueta de tweed, Ramón se vistió deportivamente y compró gadgets para resolver los problemas de la higiene, la cocina y la calefacción, se volvió una autoridad en marcas de jabón de afeitar, la mejor gasolina para los autos suecos, la sensibilidad adecuada de la película fotográfica en un día de niebla, se abonó a Time y a Life, se hizo una idea de Picasso y otra idea de los tocadiscos y las playas de veraneo y la alimentación, y ahí va carrera arriba, subjefe, jefe y jefazo, un entendido en las cuestiones más diversas, con una voz sonora donde solamente unos pocos adivinan que la sonoridad le viene del agujero, que el agujero habla mientras Ramón golpea delicadamente su pipa de brezo comprada en Londres porque no hay otras pipas comparables, te lo dice Ramón.
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