Me miré al espejo y no me reconocí. La imagen que mostraba era esbelta, linda, más joven.
−¿Quién sos? −pregunté− ¿porqué estás en mi reflejo?
−No soy tu reflejo, soy tu sueño −me respondió provocadora.
Estoy soñando que soy otra pensaba, mientras, sorprendida, veía que ella salía del espejo. Se movía libremente por la habitación, abría y cerraba cajones revolviendo todo.
−¿Qué estás haciendo? −Interrogué enojada.
−Buscando ropa, este vestido rojo me encanta y los zapatos negros también.
−¡Dejá eso!, ni siquiera los estrené −respondí alterada.
−Claro, a vos no te va, es perfecto para mí.
Traté de tranquilizarme pensando que era un sueño, hice esfuerzos por despertarme. Me acordé del reloj, lo había puesto a las seis de la mañana y recién eran las diez de la noche.
−Pronto sonará el despertador −mentí− vas a desaparecer en ese mismo instante.
−Lo apagué.
−¿Cómo?, no puede ser −grité alarmada. Ella, con despreocupación, se puso el vestido, los zapatos y descaradamente comenzó a maquillarse. Yo la miraba angustiada, pero también admirando su desparpajo, su soltura, su belleza.
−Me quedó perfecto ¿No?
−Te vas? −pregunté asustada y celosa.
−Claro, un poco de perfume y listo −dijo mientras abría mi Carolina Herrera sin usar.
−¡Que se te caiga! −deseé con toda mi furia. Extrañamente lo soltó, me desperté con el ruido que hizo al caer. Vislumbré su cara de sorpresa antes de abrir los ojos.
Me incorporé, repasé la habitación, observando que todo estaba en su lugar. Tuve miedo de volver a dormir.
Saqué mi vestido rojo, lo probé, me puse los zapatos, demoré unos segundos en maquillarme con esmero, estrené el perfume. Me miré al espejo, el parecido era sorprendente. Consulté la hora, todavía era temprano, apagué el despertador y salí.
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