–¡No necesito nada, nada, querido! Lo haré solo, lo haré todo solo. Por ahora no me haces falta, y además puede que el asunto se arregle –murmuró el señor Goliadkin a Petrushka al tropezar con él en la escalera; después salió corriendo al patio y luego a la calle; tenía el corazón en vilo; no sabía aún qué decisión tomar... cómo obrar, qué hacer, cómo proceder en su crítica situación actual...
–Porque esa es la cuestión; ¿cómo proceder, Santo Dios? ¡Y vaya falta que hacía todo esto! –gritó al fin desesperado, cojeando por la calle adonde lo llevara el viento–. ¡Vaya falta que hacía todo esto! Porque si esto, precisamente esto no hubiera pasado, todo se arreglaría de una vez, de golpe, de un golpe hábil, enérgico y firme. ¡Que me corten un dedo si no se arreglaría! E incluso sé de qué modo preciso se arreglaría. Todo sucedería así: yo agarraría y este... le diría así y asá, que a mí, muy señor mío, dicho sea con su permiso, no me va ni me viene; que las cosas no se hacen así, con la impostura no se nos engaña; el impostor, muy señor mío, es un hombre este... despreciable, que no aporta ningún beneficio a la patria. ¿Lo comprende usted? ¿Lo comprende usted, muy señor mío? Así es como sucedería... Pero no, qué va... no es en absoluto así, no es en absoluto así... ¡No hago más que mentir, tonto de remate! ¡Vaya suicida que soy! Eres todo un suicida, te digo, la cosa no es así...
Fiódor Dostoievski, El doble.
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