viernes, 30 de noviembre de 2018

Quemado * Fernando Capece



Sonó el timbre y salimos en caravana hacia el patio. Mientras íbamos por el pasillo, lo agarré del codo a Pocho y le digo “Boludo, estoy enamorado groso de la flaca, ¿te diste cuenta que ni pelota me da? Pasa al lado mío y automáticamente me convierto en cactus”.

—Claro que me di cuenta, cómo te va a dar bola a vos, si te saca como tres cabezas —sentenció Pocho mientras se terminaba un alfajor. El gordo era mi mejor amigo, pero siempre me rompía las pelotas cómo me tiraba abajo mi fantasía de ser el novio de la chica más hermosa del colegio, por el sólo hecho de ser petiso, bueno, tampoco mi cara me ayudaba mucho, pero el gordo era así, salvo la comida, no se comía una.

Cuando llegamos al patio, Julio, nuestro profesor de gimnasia, estaba parado en el medio con una pelota, y la misma cara de gil de siempre. Qué tipo impresentable, siempre haciéndose el artista con las chicas y el copado con los pibes más “de onda” del colegio. Claramente Pochito y yo, no éramos de su elite amistosa. 

—Chicos, ¿cómo están? Hoy no vamos a mover las cachas, no no no, hoy haremos un juego, a ver quién se la banca más —tiró el boludo, mientras nos miraba con cara desafiante —Vamos a jugar al quemado, así que divídanse en dos grupos de catorce y arrancamos.

Los grupos no tardaron en formarse, de un lado estaban la flaca, sus amigas y Eric con sus guardaespaldas, todos osos que jugaban al rugby en el club Ciudad después del colegio. Eric era el capo del curso, se había comprado a todos los profesores, se transaba a todas las minas que quería, y encima se hacia el gracioso bardeando a quien se le cruce por delante. Yo lo odiaba, y él a mí. En eso siempre estuvimos de acuerdo. Del otro lado, “los marginados”, o así nos hacían llamar, yo, Pochito, el rengo Javi, peluca Miguel, Isabela, sus amigas, y un par más que no pudieron quedar del otro lado. En síntesis, parecía que iba a ser un quemado de “ganadores contra perdedores”, algo que Julio ya estaba disfrutando.

—¿Quién quiere empezar? —dijo Julio levantando su brazo derecho.

—¡Nosotros! —se escucharon al unísono las voces de Eric y de Isabela.

—Perfecto, largan ustedes —Julio le pasó la pelota a Eric, tomó su silbato, y dio comienzo al juego.

Eric agarró la pelota y la lanzó con toda fuerza a Vero, la pelota impactó en la cara, se escuchó un “¡uhh!” de fondo, mientras Eric levantaba los brazos y se cagaba de la risa con los de su equipo. 

Julio pitó el silbato y paró el juego, Vero estaba llorando, la pelota le había dado de lleno. Fui a buscarla y le pregunté si estaba bien. “No te preocupes, siempre soy la primera que pierda, soy la gorda del curso” dijo mientras se sonaba la nariz. Fue en ese mismo instante donde me di cuenta que lo único que quería, era ganarle al equipo de boludos que festejaban que Vero esté llorando. No iba a permitir que nos humillen, sin embargo, las cosas no iban a ser tan fáciles como deseaba.

Primero fue Vero, después Anita, luego Flor, siguió Lucho, Marian, Coqui, Sandrita, que se le hicieron mierda los anteojos del pelotazo que le tiraron. Nos venían pegando un pesto de aquellos. Angelito le tiró un pelotazo a las gambas de Marcos. Quemado. Afuera el primero de ellos. Vamos, nos quedan trece, nosotros éramos pocos.

El juego siguió picante, ellos a matar, nosotros hacíamos lo que podíamos, nos quemaron a Naty, Corcho y Elsa salieron de toque, y eso que Elsita, a pesar de ser chueca, se la bancó bastante. Les habíamos quemado un par más, pelotazo va, pelotazo viene, con Pochito, Angel y Flavio, veníamos bancando bastante la parada. El gordo estaba rojo, pero tenía una cara de malo que yo mismo lo quería abrazar y rogarle que siga con esa cara, que nos faltaban una banda para ganarles.

En eso lanzo una pelota hacia Eric, le pasó apenas por el hombro, el tipo me miró con una cara de “te voy a matar”. Iba a lanzar Darío, el mejor amigo de Eric, pero éste le pidió la pelota, lo vi tomar carrera y le apuntó a Angelito a los pies, el boludo le estaba preguntando la hora a Corcho, asi que recibió el pelotazo de lleno. Uno menos.

“Dale que queda el petiso, el gordo y el boludo ese”, escuché a Eric decirles a sus amigos. Se cagaba de risa. Más se reían, más verde me ponía. 

El juego transcurrió a cara de perro, noté que de a poco empezaban a asomarse algunos alumnos por las ventanas, viendo el espectáculo, que poco a poco parecía convertirse en un clásico. Les quemamos a un par, con Pocho y Flavio empezamos a movernos bastante bien, esquivábamos bien los pelotazos, y eso que ellos nos tiraban a matar. Nosotros también, pero en ellos se notaba claramente la diferencia física. Quedamos tres contra ocho de ellos.

En el ida y vuelta, Flavio se acercó a Julio para preguntarle si podíamos parar un segundo para ir a tomar agua, éste le dijo que no sea marica, y que se la banque. No llegó a darse vuelta, que Flavio recibió un pelotazo en el medio del estómago.

Julio se empezó a reír y le dijo “Ahora sí, podes ir a tomar agua”. Estaba claro de qué lado estaba Julio, y cómo venía disfrutando del espectáculo. Con Pocho teníamos una calentura tremenda, encima que nos venían quemando como loco, teníamos que comernos la gastada del gil este.

Quedamos de un lado Pocho y yo, del otro, Eric y seis más. La flaca miraba atenta el partido, le festejaba a Eric, yo, modo cactus, ni bola, pero el resto de los chicos nos alentaban. Pochito quemó a Julián y luego a Sandra. Dos contra cinco. Seguía el juego. Picante. Podía verle la cara de enojado a Eric, mientras les daba indicaciones al resto de su equipo, “Vayan por el gordo, que el enano es rápido” les decía. Pelotazo va, pelotazo viene, lanzo una pelota que le doy en la espalda a Willis, vamos carajo, uno menos de ellos. Dos contra cuatro. Yo veía como le tiraban a matar a Pocho, pero el gordo se la bancaba bastante bien, pienso que era porque tomaba clases de salsa hacia unos meses, secreto que tenía prohibido contar. 

La cosa es que cuando me quise dar cuenta, había una banda de chicos de todos los cursos mirando el partido. Eso me daba cierta adrenalina, creo que todos los que estábamos ahí jugando, sabíamos que estaba en juego la gloria misma. ¿Sabés lo que podría llegar a ser el ganador de este juego? Ni me lo quería imaginar. 

Venia parejo el asunto, volábamos, corríamos, esquivábamos, de un lado, del otro. Con Pocho nos mirábamos, estábamos decididos a buscar la gloria, nuestra gloria.

Eric tomó la pelota, ni me miró, lo miraba a Pocho. Yo lo vi eh, si, lo vi. El tipo tomó carrera, pegó un salto olímpico, vi como con su brazo lanzó un proyectil que iba hacia mi amigo. Creo que todos seguimos el trayecto de ese misil enemigo, el gordo se tiró hacia una esquina, como si fuera a atajar un penal, la pelota rozó la punta de la zapatilla. Pochito afuera. Mi mejor amigo había sido eliminado, mi compañero de aventuras, ya no estaba conmigo.

Quedé solo. Solo contra Eric y sus dos amigos. Uno contra tres. Me quería matar por un lado, mi amigo, afuera, sin embargo, había algo de entusiasmo que me daba ser “el único sobreviviente” del equipo. Si, el enano del curso, por primera vez, estaba siendo protagonista de un partido antológico.

Siguió el juego, me tiraban por todos lados, yo como enano, esquivaba bien, Eric era el mejor de ellos, seguía con sus órdenes e indicando estrategias a los otros dos boludos que tenía como soldados. Pude quemar a uno de los soldaditos de Eric, Tincho, estaba escapando y pisó una latita inoperantemente que se tropezó y terminó en el piso. Uno de ellos afuera. Eric lo puteaba, “¡Pero ves que sos un boludo! ¡¿Cómo mierda te caes?!”.

Quedaron Eric y Pato. Estuvimos como quince minutos pelota va y viene, para ese entonces, el patio estaba repleto de alumnos, todos agitando el partido. Yo deseaba ganar, pero más quería quedar a solas con Eric, con lo que empecé a tirarle a Pato con todo. Era bueno jugando, pero tenía un defecto, cada tanto, sacaba su celular para chequear no sé qué. Y así fue, apenas lo vi meter la mano en el bolsillo, le apunté a ese brazo, no le di ni tiempo de reaccionar. Pato quemado. Afuera.

Tremendo final.

La batalla real había comenzado, pelotazo va, pelotazo viene, todos agitaban de un lado o del otro, la adrenalina me explotaba. Me sentía en ganador. 

Mi cansancio estaba llegando a su grado más alto, Eric también lo estaba, y Julio le festejaba las pelotas que me tiraba, indignante, pero yo me hacía más fuerte al ver todo eso. 

—Vamos enano, ¿qué pasa, estás cansada? —me dijo el salame, mientras se reía. 

Me tiraba con todo, pero yo esquivaba como loco. En un momento que tenía la pelota, pude ver a la flaca que me miró y se le escapó una sonrisa. Cómo explicarlo, como si una ráfaga de energía inundaba mi cuerpo. Tomé impulso y empecé a correr, iba decidido a quemarlo a Eric. Corrí hasta la mitad del patio, salté y con un gran grito de guerra, le lancé la pelota directo hacia él.

No lo podía creer.

Lo había quemado.

Una multitud de chicos gritaban la victoria. 

— ¡Falta, falta, tocaste la línea! —saltó Julio —No vale, vamos Eric, tu turno.

Me quedé helado, no tuve ni fuerzas para reclamar la injusticia que me habían cobrado, era una mezcla de impotencia, bronca y no sé qué carajo más. Solo atiné a mirarlo como diciéndole “¿Por qué hiciste esto?”. Eric, al verme parado mirando a Julio, agarró la pelota, se me acercó y tan sólo tuvo que tirármela hacia el pecho.

Quemado.







Fernando Capece, 2018.



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