Greines |
En
mí todas las emociones suceden en la superficie, pero sinceramente.
He sido actor siempre, y con ganas. Toda vez que amé, simulé amar,
y aun ante mí mismo lo finjo.
Inspirado
en Fernando Pessoa como Bernardo Soares, Libro del desasosiego.
Escena.
Es
cierto, envivecemos en el teatro del amor. La roja alfombra que
combina con tus zapatos. El tintineo de las luces tenues anunciando
una escena. Nos sentamos expectantes en nuestro lugar. Ya empieza, ya
empieza, ya empieza. Finalmente se quiebra la hora pactada: abrió el
Telón. Aparecemos
Somos
dos mamelucos tirados por tensos hilos, muy finos. Hacemos reverencia
al público antes de empezar, gracias, sí, gracias por su tiempo y
colaboración, esperamos que nos guste. Me brillan los ojos desde la
butaca. Deslizo mi mano hacia la superficie de la tuya, tu mano
descansa sobre el apoyabrazos. Ahora reposan ambas. Aprieto con
cercanía.
Los
mamelucos comienzan con su alígera danza de plumas y coronas. Giran
uno sobre el otro, juguetones, ornamentándose entre ellos como
trompos aerostáticos, van acercándose y desacercándose con la
propiedad de dos imanes, mientras sus hilos se enredan. Apreto tu
mano, ahora con mayor firmeza producida por un mayor
acostumbramiento.
Al
ver el espectáculo me siento un niño otra vez, pero no voy a dejar
que lo sepas. Qué podrías decir. No voy a permitirlo. Temo que si
me mirases directo en la pupila lo descubras. Por suerte, es
inexorable mi fijación (y la tuya también, o eso creo) en los
mamelucos funámbulos y sus piruetas.
Ellos
que somos nosotros, es decir, mi nombre y el tuyo tras la máscara
del mameluco, están listos para el gran final. Centella y fuego.
Terminan con un salto mortal el uno sobre el otro y el poco hilo que
les quedaba termina por enredarse, tanto así, que ya no pueden
moverse. Han quedado pegados el uno al otro. Ahogo un grito emotivo
en mi asiento. Caemos como piedra hundida.
Salimos.
El
show terminó, ¿te habrá gustado? a mí me encantó, me hechizó.
Camino
a tu lado con ojos en el suelo y atención perdida en un ensueño
imaginado que revive la grotesca danza espectral que acabamos de
contemplar. Creo que dijiste algo.
Nos
despedimos. Te das vuelta. Levanto la cabeza y miro tu pulcra
espalda, tu espalda llena de blanca piel marmórea y tiernos músculos
que se activan con cada paso, tu espalda alejándose. La noche te
espera con la boca abierta. Te traga. Desapareciste.
Me
río con este final, la ironía es mucha y noquea mi nuca como un
sopetón fulminante. Toda una velada y no llegué a verte el rostro.
Indudablemente, es cierto, envivecemos en el teatro del amor.
Ignacio Goldsmit, 2020.
En respuesta a la consigna de #ventanaalaescritura.
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