lunes, 8 de junio de 2020

Ignacio se asoma a Ventana a la escritura




Greines






En mí todas las emociones suceden en la superficie, pero sinceramente. He sido actor siempre, y con ganas. Toda vez que amé, simulé amar, y aun ante mí mismo lo finjo.

Inspirado en Fernando Pessoa como Bernardo Soares, Libro del desasosiego.




Escena.
Es cierto, envivecemos en el teatro del amor. La roja alfombra que combina con tus zapatos. El tintineo de las luces tenues anunciando una escena. Nos sentamos expectantes en nuestro lugar. Ya empieza, ya empieza, ya empieza. Finalmente se quiebra la hora pactada: abrió el Telón. Aparecemos
Somos dos mamelucos tirados por tensos hilos, muy finos. Hacemos reverencia al público antes de empezar, gracias, sí, gracias por su tiempo y colaboración, esperamos que nos guste. Me brillan los ojos desde la butaca. Deslizo mi mano hacia la superficie de la tuya, tu mano descansa sobre el apoyabrazos. Ahora reposan ambas. Aprieto con cercanía.
Los mamelucos comienzan con su alígera danza de plumas y coronas. Giran uno sobre el otro, juguetones, ornamentándose entre ellos como trompos aerostáticos, van acercándose y desacercándose con la propiedad de dos imanes, mientras sus hilos se enredan. Apreto tu mano, ahora con mayor firmeza producida por un mayor acostumbramiento.
Al ver el espectáculo me siento un niño otra vez, pero no voy a dejar que lo sepas. Qué podrías decir. No voy a permitirlo. Temo que si me mirases directo en la pupila lo descubras. Por suerte, es inexorable mi fijación (y la tuya también, o eso creo) en los mamelucos funámbulos y sus piruetas.
Ellos que somos nosotros, es decir, mi nombre y el tuyo tras la máscara del mameluco, están listos para el gran final. Centella y fuego. Terminan con un salto mortal el uno sobre el otro y el poco hilo que les quedaba termina por enredarse, tanto así, que ya no pueden moverse. Han quedado pegados el uno al otro. Ahogo un grito emotivo en mi asiento. Caemos como piedra hundida.
Salimos.
El show terminó, ¿te habrá gustado? a mí me encantó, me hechizó.
Camino a tu lado con ojos en el suelo y atención perdida en un ensueño imaginado que revive la grotesca danza espectral que acabamos de contemplar. Creo que dijiste algo.
Nos despedimos. Te das vuelta. Levanto la cabeza y miro tu pulcra espalda, tu espalda llena de blanca piel marmórea y tiernos músculos que se activan con cada paso, tu espalda alejándose. La noche te espera con la boca abierta. Te traga. Desapareciste.
Me río con este final, la ironía es mucha y noquea mi nuca como un sopetón fulminante. Toda una velada y no llegué a verte el rostro. Indudablemente, es cierto, envivecemos en el teatro del amor.





Ignacio Goldsmit, 2020.
En respuesta a la consigna de #ventanaalaescritura.
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#compartamosleeryescribir


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