Tora, la morena, era servicial. Grande de cuerpo, parecía forzuda, obstinada y torpe. Quizá de estos atributos derivaba su apelativo. Torpe, por lo menos, se me figuró cuando de mañana, obediente a mi campanilleo, pude pedirle agua caliente para cebarme mate, dijo que sí y podía creerse que no, que no me había entendido, porque no regresaba.
Me asomé al patio, dominio según las trazas, de los pájaros y de algunas errabundas aves de corral. Tora venía de nuevo de la parte anterior de la galería, pavita en mano.
Verla con esa procedencia me dio como una aprensión, es probable que una aprensión estúpida, pero tal y como si todos se hubiesen retraído ante mi presencia concentrándose en una habitación. Allí todos: el maduro huésped, la hija, el mulato y Tora. Tal vez también el cuerpo exánime de Sumala. En un rincón el fuego donde cocían sus guisos.
Interrogué a Tora. Por qué traía el agua de las habitaciones y no de la cocina.
-Se vive allá, su merced -dijo, extrañada de mi pregunta, y señalaba con un dedo y con todo el brazo. Esa era la explicación, que amplió sin que me costara esfuerzo. La casa es extendía en otro cuerpo; ese otro cuerpo se comunicaba con mi patio mediante un pasillo.
Antonio Di Benedetto, Zama.
Propuesta de escritura para hoy:
-La historia de Zama transcurre a fines del siglo XVI. ¿Te animás a escribir una escena cotidiana, como en este fragmento, situándote en esa época?
Libro recomendado: Zama de #AntonioDiBenedetto
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