“No soy Madame Bovary”
con la poca distancia que ya poseo
desde el momento en que me hallé
diciendo
No soy Madame Bovary
veo lo ridículo del caso, de mí.
Veo que me gustaría
ser Flaubert y pronunciar
“Madame Bovary, c’est moi”
cuando imagino ese bigote regordete
encorsetado y de facción antipática
hacer tal declaración
el escándalo que fue esa novela
el juicio por la afrenta moral y religiosa
sí, con apariencia desagradable y pluma trabajada
me gustaría ser Flaubert, decir
seguro, imperturbable, provocadoramente
Madame Bovary, soy yo.
Sin embargo, acá en Buenos Aires, 2020, no muchos quizás sepan
de las andanzas de Emma y Gustave, poco quizás importen
en un amplio panorama donde literal
Australia se incendia sin freno
y los “refugiados”, fatal mote para los deshechados del mundo,
mueren
o se apiñan en “campos”
-menciono dos “hechos” porque están acá
en la punta de oído de mi lengua
en el toque de la pantallita portátil
animada
que propaga desastres dejándonos
secos, zombies, inertes.
Con toda esta proliferación espantosa
¿a quién le importa que yo
haya dicho con esta misma lengua,
castellana y traducida,
no soy Madame Bovary?
Sin embargo, hay una ilusión
un corazón que sigue
estoy viva
y con cierta añoranza
me gustaría haber dicho
Madame Bovary,
soy yo
me gustaría porque ella
nunca se borró
Flaubert mismo quiso escarmentarla
y ahí, cual fénix
siempre se levanta, presente histórico
ahí vuela
no hay muerte que le valga
vuela
Emma permanece
enamorada
Emma devora libros
Emma sueña despierta
Emma despilfarra el salario de su marido
Emma desnuda
su cuerpo y goza
su cuerpo, el nuestro.
Emma, sin duda,
escribe.
Dije no soy Madame Bovary.
Ahora veo
bien puedo ser
Emma.
Karina Macció, 2021.
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