Notas X.
Imagine que ambos vemos una flor silvestre, una que no conocemos. Sospechamos que nadie más conoce una flor tal. Ahora que lo pienso, nunca he visto nada igual, no tengo con qué compararlo. Supongamos entonces que queremos compartir qué nos causa, qué nos parece y cuál es su naturaleza, queremos comprenderla. Quizás nos sirva. Quizás pueda cocinarse o transformarse en una medicina. Pero usted no conoce nada sobre esta flor, y quizás nada sabe sobre las flores en general, así que debo explicarle (y usted a mí me explicará) las cosas más pequeñas. Entonces discutimos: Vemos que está compuesta por tallos, hojas, raíces, pero también colores, olores, células diferenciadas, átomos diferenciados. Ni siquiera podemos acordar en su color preciso. Es demasiado clara para ser negra, demasiado oscura para ser celeste, no es cian, no es magenta. Tardaríamos una cantidad bizarra de tiempo, y no somos tan civilizados. Quizás hasta empiece a despreciarlo, porque con cada intento que haga por simplificar las cosas usted cuestione algo de lo que diga. Me dará razones para desconfiar de mi criterio, y le pagaré con la misma moneda, quizás en un principio por simple desacuerdo, luego, ya impulsado por mi propio resentimiento, con satisfacción. Su criterio entonces me parecerá tan desatinado que no podré creer que estemos hablando de la misma flor. Usted se siente igual de indignado. La flor, mientras tanto, se mece indemne sobre una brisa pasajera. Eso es. Ya no nos importa la flor. La hemos abandonado junto a nuestro acuerdo. Ahora ha sucedido algo. Nos hemos dado cuenta de que somos terriblemente insuficientes. Lo que ahora nos importa es ocultarlo a toda costa. Así que gritamos, con un pensamiento -si puede llamársele así- en la cabeza: ¿Qué tan perfecto sería si usted fuese el equivocado de los dos? ¿Por qué lucha si estoy ayudándolo a darse cuenta de algo?
Ignacio Goldsmit, 2021.
Audubon |
No hay comentarios:
Publicar un comentario