jueves, 13 de mayo de 2021

Una ficción distópica: Karina y las preguntas de neón

 


Soy un replicante en el universo Blade Runner, camino entre la oscuridad de una ciudad distópica y opresiva. Tal vez sea Los Ángeles, como en la película, tal vez Buenos Aires. En mi bolso llevo Ama de Caza, el último libro de Karina Macció. Lo cuido porque sé que esta ciudad es peligrosa.

Arriba hay grandes carteles de neón, acompañan mi paso y no puedo evitar mirarlos. Hay preguntas en esos carteles, no hay sentencias ni afirmaciones, hay preguntas.

¿Qué hacemos con la casa, los hijos, el esposo?

Continúo y procuro indiferencia. No tengo esposo y esa pregunta no está dirigida hacía mí. Pero aparece, cortita y huérfana, otra duda: ¿qué hacés? Y entonces yo empiezo a pensar en lo que hacemos para completar nuestro sentido, para crear sentido de alguna manera. Repaso actividades, rutinas, lo que tratamos de hacer para seguir, lo que aprendemos, estudiar, ser espiritual, no saber, saber, hacer cursos, conocer gente.

Trato de despejarme del pensamiento y sigo. No quiero descuidarme. Está ciudad del futuro en la que camino, ya lo he dicho, es de temer. Alzo la solapa de mi sobretodo y me siento Rick Deckard. Otra pregunta me saca de mi desvarío ciberpunk, este cartel es más gran grande, titila y su luz es verde.

¿Qué hago ahora cuando no alcanza / y nunca / nunca alcanzará / todo, nada?

Detengo mi andar, esto es grave. Esas preguntas me hablan a mí. Karina las escribió para mí y estamos todos en problemas. Serios problemas. Se proyectan desde el libro por algún artificio imposible y marcan mi paso. Me salgo del camino y me oculto en un callejón oscuro, me protejo de los carteles con preguntas, de los colores. Debo pensar sin el martilleo constante de las preguntas de Karina.

A ver, en la literatura la sinceridad no importa, no existe, y no es Karina quien habla en el libro, el yo poético se erige como un personaje. ¿Cómo no voy a tener en claro ese principio básico si creo en él como en un mantra? Fernando Pessoa habló de “la exaltación íntima del poeta y la

despersonalización del dramaturgo”. Claro que sí. ¡Muy bien Pessoa salvándome de estas preguntas que vienen a atormentarme tan innecesariamente! Entonces repito para convencerme y tranquilizarme: Karina Macció no escribe esas preguntas, o mejor, las escribe pero no es ella la que habla en el poema, es una creación suya, todo es ficción. Esas preguntas no están pensadas para atormentarme. Tranquilo. ¡Tranquila!¡Tranquilos!

Vuelvo al camino, cabeza gacha. Veo el reflejo. Las preguntas siguen ahí e intento no mirarlas. Las siento como una sombra, un fantasma nuboso que vemos pasar de un cuarto a otro en una película de terror.

En una esquina, el agua estancada de un charco me traiciona, no puedo entender bien las palabras así que alzo la vista y me doy vuelta: ¿Quién soy yo para expresarme? ¿Quién soy yo para prohibirme? Comienzo a creer que en este mundo futurístico tal vez Karina haya encontrado la manera de meterse en mi mente. Tal vez se esté divirtiendo con cinismo. Pero no, ella es buena. Sigo y a esta altura del camino o del libro o de lo que fuera, no sé si las palabras son mías o de ella, comprendo tan poco que vivo en lo raro y en lo fuerte.

Tal vez todo sea una ficción, en realidad puede ser eso. Debo haber malentendido / ni siquiera soy / un personaje de Beckett / si así fuera / me quedaría al borde / de una cuneta sin preocupación / en una playa desierta pasando piedritas / de una mano a otra / en una estación de policía sin responder / quien soy.

Es hora de volver a casa. A alguna casa. Escucho a Karina (ahora perfeccionó el mecanismo y es una voz que me habla): hago estas líneas que van de la prosa a la poesía / simulo una historia / mezclo hechos / ¿Qué sería escribir después de todo?

Y sí, tenía que terminar con una pregunta. Y esa pregunta me deja pensando en cómo voy a catalogar a este libro si la noción de género importa nada.

Lo bueno de vivir en un lugar tan lúgubre, tan nihilista, es llegar a casa. La sensación de cierto lugar cuidado, apacible.

Abro la heladera y no hay nada. Me siento en un sillón mugriento, me desplomo. Saco el libro del bolso. Sonrío y hay alivio en ese gesto. No tengo respuestas, solo preguntas, duras, dulces, precisas, preciosas. Las sentencias se hundieron en el camino y ya no estoy tan seguro del yo poético y toda esa historia.

Abro el libro y Karina empieza a hablarme a mí, solamente a mí. Afuera sigue el gris y la violencia, adentro yo escucho y leo.

Se pierde la noche, las páginas se suceden, no estoy tan solo.



Por José Lupia, 2021.






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