sábado, 9 de octubre de 2021

El amor es inefable * Ricardo Czikk

 El amor es inefable

En el agua se lo apreciaría, al amor, deslizarse, deshacerse, de a ratos provocar olas inexplicables, remolinos de profundidad inaudita, estelas sin objeto, desbordes. Podría convertirse en un pantano, un lodazal o simplemente secarse y desaparecer. La piel escocida por sal marina es la herida de amor. Una picazón intensa del roce entre las piernas hace arder al sexo.

Cuando el amor nos deja a la intemperie, solos o nos devuelve lo peor de nosotros en relaciones tortuosas, insoportables y devoradoras, sería una suerte de monstruo emergente de fauces abiertas y salivantes.

A veces efímero, ráfaga de luz, chispazo en la noche, se extiende por unos instantes en la cámara y no llega a ocupar toda la imagen, intenso inicio, a punto de explotar y languidecer triste.

El amor intemporal sería una imagen de infancia, primer amor de juventud y beso húmedo y tembloroso, cuando descubrimos el cuerpo conectado a otro, la piel que se deja poseer muy suavemente, tacto, pezón apenas excitado, sexo iniciático.

De verano el amor es la paradoja que nutrirá a un invierno melancólico, de recuerdos tristes, calor intenso y húmedo, pegote de cuerpos en tardes cuando la sombra se hace interminable y agota toda la luz disponible. Amor temporal.

Da miedo el amor, es un salto de fe, una cornisa al mar para quienes gustan retratar la naturaleza, o bien una persona de la cual se vería su paso al frente, una estampida de aves que se sueltan presurosas. El amor requiere coraje que el miedo empobrece.

La amistad es amor no exaltado, pura lealtad y cercanía; una foto mostraría la quietud de dos manos diferentes mientras se acercan lo suficiente para darse a entender de su mutua disponibilidad. La amistad, al ser entrega, podría ser pabellón de oído, caracol por donde las palabras van buscando su puerto seguro, el amigo cuando está y se lo puede encontrar.

El amor se desnaturaliza en la posesión, se vuelve obsesivo, se hace poder, dominio, recelo, desconfianza y deriva en la explosión; ojos bizcos por no poder ver al otro, solo a un rival. El amor de este modo es guerra y maldad, un campo de batalla de egos furibundos.

El amor no es otra cosa más que sueño y lo imagino como una escultura, bella, en tanto observa con indiferencia hacia otra parte. No me ignora pues solo pide ser seducida como Pigmalión. Solicita, sin decir palabra, ser convertida, carne y sangre, vivir en el hechizo de una mirada que la despierte de su existencia de piedra, mármol y pura cáscara.

El amor furtivo, el doblez, la entrada oscura a una puerta donde espera la otra o el otro, el amor escondido de la mirada ajena cuando es traición y nunca se dirá porque daña. Ojos mirando a los lados, una cama deshecha, excitación de lo prohibido.

Es Marqués de Sade con una Venus arropada en pieles, las piernas largas, látigo, negro, vómito, llanto y desesperación, penetración dolorosa, grito al cielo, diablo de cuero rojo llameante, perfecta consumación de la maldad. El lado más oscuro del amor.

Pintarse los labios, habitar los parques y esperar a la noche cuando oscurezca la ciudad: mírenme, personificación de la fatalidad, extraeré hasta el último jugo de tu alma y bolsillo, soy serpiente enroscada en tu cuello. Te invito sugerente a comer del árbol de la vida eterna. Soy el infamante amor simulado, tu no ser y no sido. Nunca.

Si dijera: el amor perdido es la pérdida, ¿cómo se fotografiaría al amor si nunca me fue otorgado? ¿No quiso ceder a mi deseo? Sería un agujero en la pared, un hoyo sin fondo en la tierra seca. Imposible imagen para una cámara se volvería entonces, ella misma, pérdida y fragmento elusivo.

El amor avergonzado de sí, sería un amor sin entrega, tacaño, corto, superfluo, una declaración sin sustancia. Podría ser un pergamino vacío, una hoja en blanco o letras en su pura forma sin nada sustantivo. Puro adjetivo.

El amor del amor verdadero, sería no enamorado, calmo y entregado al otro sin reverberaciones. Éxtasis o vocablos podrían correr el riesgo del entendimiento. En sus ojos se vería pura transparencia y un fiel reflejo del otro. 

En su mundanidad, sería un transeúnte viéndose orondo y leve en las vidrieras de moda, en plan de compras y despreocupado de la mezquindad del mundo allí exhibido, no se entrega nunca si no es a cambio de dinero.

En la intimidad podría ser un balconcito por donde el alma asoma y se deleita en el instante del comienzo de la mañana de otoño; una calle luminosa y fresca, una brisa que corre y un regreso feliz al interior, a la sombra donde una música lo recoge y deja caer, suave y mullido, en la vida.

Un moribundo mira al techo y, aunque los aparatos lo cuiden, está muy solo ante su muerte; viejo cascarrabias pasea un perro al que maltrata: un jefe ensañado con una mujer sin otra chance excepto aguantar, rebelarse sería su debacle. Ante estas escenas, el amor preferiría ser ciego.

La luz de vitrales, proyectan multicolores formas, y por los techos abovedados se eleva al cielo. Otros (no yo) buscan a Dios, diositomío, ohMiDios, diosdiosdios; ruegan para dar a nuevo, ser otros, soportar el afuera inclemente. Sitio favorito para los creyentes del amor. 

La prohibición ha sido clara en los mandamientos, por eso el deseo se encendió. El retrato enfocaría los ojos deseantes que buscan el cuerpo de aquella mujer, la del prójimo, pura codicia y lujuria y podría ser entonces el rey David cuando manda a la muerte al hombre de la bella Bezalel. Le había puestos los ojos encima mientras ella se bañaba, desnuda, ¿ingenua?, en las terrazas de Jerusalén.

Amor celebratorio y realización del amor desinteresado, podría ser un niño que ayuda sin saberlo a alguien necesitado, tiende una mano pequeña con el caramelo preferido de color rojo intenso y transparente y el sol traspasa la escena con un rayo de esperanza.

La pesadilla es la del desamor, la indiferencia, los ojos cuando miran ajenos y se desentienden de la humanidad del otro. Se alejan del rostro que ruega ser visto. 

Fotografiado.


Ricardo Czikk, Motivarte, Enero 2019.


Aydoğdu


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