Vértigo
La última vez que me caí en la ducha
sangré como un dandy de carroza
y el hotel ansió entonces deshacerse de mí.
Fui llevado a la clínica del pueblo, les conté
cómo me había tropezado en un borde de acero
y aterrizado con la cabeza en el armario.
Con el cuero cabelludo cosido y anudado y marcado
le di las gracias al Frau Doktor y me largué,
deseando que la barra de soporte de la edad pudiera
ser anclada a toda la civilización entera
y pensando en la octava colina de Roma
alzada a partir de ánforas rotas.
Cuando, en cualquier momento después de los sesenta,
o en cualquier momento antes, tropiezas
sobre un par de escalones y haces colapsar tu frente
sobre un rastrillo o azada, sobre ladrillos o bidones de combustible,
ese es el momento de llamar al proveedor
de tubería de acero y barandales interiores,
y pronto estarás aterrizando en cualquier parte
habiendo dejado el equilibrio en el auto
y del cual por favor Dios nunca querrás
ver desde el suelo la suspensión y los neumáticos.
Más tarde llega el día soleado cuando
los detalles de las calles destellan en malva hasta cegarte
y la gente te apresura, o aguarda, en silencio.
Les Murray.
No hay comentarios:
Publicar un comentario