viernes, 20 de diciembre de 2013

EL Y-O-TRO - Andrés Boselli


Helen Sear


EL Y-O-TRO

Serpenteo los caminos angostos de la ruta barilochense. Las copas de los árboles transcurren veloces por mis pupilas, mientras siento el sudor en mis manos que parecen resbalar sobre el volante del auto. Cada curva descubre el paisaje majestuoso de montañas de finos techos blancos, pero mi concentración solo persigue el acechante margen de la ruta. El auto bordea el acantilado, que se derrumba en abrupta pendiente hasta la orilla del lago. Siempre sentí vértigo por la posibilidad de desbarrancar, volar por el precipicio y estrellarme contra las rocas.
Pestañeo y el paisaje se diluye, se ausenta. Siento a mi conciencia desaparecer del espacio, como prisionera de una dimensión distinta. Yo manejo el auto pero yo, ya no soy yo. Es mi cuerpo el que se dirige sin destino; quien dobla cada curva sinuosa. Es él quien está ahí pero yo solo sé que habito en ese momento pero mi mente... quizás... ¿mi alma? No está allí. Me ahogo en un zumbido fantasmal como presagio de próxima muerte. No tengo el control de ese cuerpo que navega solo y oscila en el asfalto, que puede caerse y desaparecer en un instante. Hago un esfuerzo por estar en la situación pero no puedo, solo me hundo en ruego amargo: que esta pesadilla termine. Y a medida que el auto avanza por la ondulada forma del camino, yo me siento cada vez más lejano. Me apresa una fiebre de temor, de angustia fatal. Preso sin cuerpo. El juego de un timador que maneja mis hilos como titiritero cínico, invisible, mofándose de mi ansiedad. Soy un espectador divino de la efímera suerte de un mortal, pero sé que este Dios está atado a su destino. Quiero llorar, gritar pero soy mudo y aquello es sordo.
Ya la pequeña sensación de control se disipó del todo. Solo imploro porque el cuerpo conserve el dominio, que se maneje automático hasta destino; que sortee cada curva impulsado por el ciego anhelo vital. Querría presenciar cada pliego de la ruta, afirmado al volante como guardián inquilino. Pero veo al jinete ausente con indiferencia pisar el recodo irregular del asfalto. El auto se desborda, no se amolda a las sutilezas del camino. Lo veo flotar en el aire, dirigiéndose de frente a las rocas afiladas. Todavía navego en el pensamiento, sobrevivo. Suplico el milagro, el fin de la pesadilla. No ser ese. El otro, el que vuela buscando el ocaso. Que sea totalmente ajeno, solo una mala película de acción con un doble en mi papel. ¡No soy él! No puede adueñarse de mi destino sin dejarme jugar una carta. Me niego en el instante fatal, bronca, miedo, compasión por mí, impotencia, solo sin fuerzas ya. No siento nada mientras veo a mi cuerpo dirigirse hacia su fin. Nada.
Solo una luz que se apaga. 

Andrés Boselli


Texto producido en los talleres de Siempre de Viaje a partir de los argumentos para cuentos de Nathaniel Hawthorne compilados por Borges y Bioy en Historias Breves y Extraordinarias.

2 comentarios:

Ricardo dijo...

El yo es otro, Rimbaud. Agrega Bosselli "y/o es otro"

Ricardo dijo...

El yo es otro, Rimbaud. Agrega Bosselli "y/o es otro"