Me despierto en mi cucheta, el agua golpea suave
el otro lado del casco del barco. Creo que escucho cómo se
desintegra la espuma de las olas. Me doy vuelta y me tapo hasta la
cabeza buscando unos minutos más de sueño.
Sentado frente al mar, miro la inmensidad, el
ritmo de las olas. Entonces vienen a mí otras aguas que de la misma
forma me calman, relajan. Una lluvia persistente me empuja a buscar
un refugio, un nido, a cerrar fuerte los ojos y abrigarme. Ahora es
un arroyo que corre entre las piedras quien me acuna.
Es eso, es el sonido lo que me adormece, esa
sorprendente cualidad que no es del agua, pero me deja identificarla
sin verla.
Escucho sus diferentes voces, de lluvia leve que
apenas golpea la superficie de un suelo polvoriento. O el
rio que corre incesante en un caudal amplio, tal vez marrón, que me
cuenta cuan separado estoy de la otra orilla. Y el mar, otra vez el
mar, el ruido de la espuma que solo el agua salada posee.
Duermo, el agua sigue, golpea suave el otro lado
del casco del barco.
Juan Castro Walker, 2015.
Texto producido en los Talleres de Siempre de Viaje.
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